Hope Arts: Críticas

Críticas, reseñas y opiniones.

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Lugar: Cantabria, Spain

sábado, septiembre 24, 2005

Spider-Man 2

SPIDER-MAN 2 (EEUU, 2004, Acción – Drama.)
Dirección:
Sam Raimi.
Guión: Alvin Sargent, Michael Chabon.
Reparto: Tobey Maguire, Kirsten Dunst, Alfred Molina, James Franco, Elizabeth Banks, Rosemary Harris, Dylan Baker.
Música: Danny Elfman.

Valoración: 8/10

Un bar. Los camareros se mueven tranquilamente entre las mesas, sirviendo y recogiendo vasos y tazas con experimentada maestría. Los clientes apuran su bebida saboreando un fugaz momento de paz entre el voraz ajetreo de la jornada. En una de las mesas cercana al escaparate, una joven pareja conversa apasionadamente sin que el sonido de las conversaciones, del tintineante entrechocar de los recipientes para bebidas, del tráfico que circula al otro lado del cristal, les distraiga el uno del otro. Llegado un momento, la joven se inclina buscando un beso que nunca llegará, ya que rompiendo ese instante cotidiano, habitual, un coche atraviesa con violencia el fino cristal de la ventana.

Ya desde el conocido trailer, Sam Raimi muestra sin rubor sus intenciones. Para el universo arácnido creado por el realizador americano, ésta bien podría ser la escena definitoria de la orientación que ha deseado conferir a su héroe. Lejos de tapaderas cobardes Raimi enseña desde el comienzo lo que se va a visionar: una película llena de efectos especiales, acción trepidante y malignos enemigos, sí, pero además un profundo análisis del superhéroe y de las vicisitudes por las que atraviesa, sumido en un conflicto entre sus dos identidades: la humana y la heroica.

Raimi recoge al público tras un descanso de dos años para continuar la historia que dejó abierta con el final de la primera parte. Obviando presentaciones (salvo los magníficos créditos obra del genial Alex Ross), se sumerge sin demora en la historia, dotando a la película de su evidente naturaleza de secuela. Desde el comienzo aborda la trama con un Peter Parker agobiado por su alter ego, que no hace más que complicarle la vida a su aspecto humano. Parker empieza a preguntarse los motivos que le impulsan a vestir la máscara cuando su esfuerzo queda siempre sin recompensa, es vapuleado continuamente por los medios, pierde su trabajo, se retrasa en sus estudios, es más pobre que las ratas, se aleja irremediablemente de la mujer a la que ama y en definitiva, es derrotado continuamente por los avatares de una vida que es incapaz de controlar.

Sin embargo, aparte de motivaciones psicológicas y dramas internos, Spider-man 2 es eminentemente una película de acción, plagada de escenas que discurren al veloz ritmo con el que el carismático “arácnido” se desplaza por las alturas de la ciudad de Nueva York. El vigilante, dejando de lado dantescos duendes verdosos, se enfrenta esta vez a un otrora bondadoso y respetado científico convertido por atroces circunstancias en un malvado Doctor Octopus, sumido en una locura causada por las mecánicas extremidades que controla y por las que es, desgraciadamente, controlado.

Obviamente son estas escenas de combate, junto con la fama del icónico protagonista, el mayor tirón comercial de la película que, gracias a su enorme efectismo visual, es capaz de captar de manera contundente la atención del espectador. Sin embargo Raimi, desde su condición de fan, no ha querido olvidar a los seguidores del cómic y profundiza en la personalidad indecisa de Parker situando escenas entre la acción en las que el joven intenta tomar una decisión que tiene una sola y clara respuesta. Como ya se vio en el trailer, Parker elige ser él mismo olvidando a Spider-man. Peter Parker quiere volver a ser sólo un humano normal y tomar las riendas de su vida.

Pero desde su punto de partida la decisión es errónea y Peter deberá asumir la responsabilidad que conlleva su magnífico don, y no ignorarlo como ya hizo tiempo atrás con fatales consecuencias. Este conflicto es el motor de la película: la decisión que deberá tomar Peter Parker le llevará a dejar de lado su egoísmo (ligado de forma permanente al ser humano) y usar su don para beneficio de los demás, o a olvidar el héroe que un día fue y llevar de nuevo una vida normal.

Raimi lleva con pulso firme el timón de la película en una magnífica combinación de escenas de acción salvaje y pausadas conversaciones, creando eso sí, duras alteraciones en el ritmo del filme que pueden (y deben) ser perdonadas. En cambio contrasta este buen hacer con momentos que, sin negar su efectivo tono cómico, no acaban de encajar con la atmósfera que se persigue, como los “minutos musicales” de Peter camino a la universidad sin sus gafas de concha, el canturreo en plena calle de la conocida melodía de la serie televisiva, el surrealista descenso en el lujoso montacargas o la huída final de Mary Jane que habrá provocado la nostálgica envidia de la encasillada Julia Roberts. Desde algún punto de vista puede contemplarse como un intento de definir la naturaleza de Parker en su vertiente más humana, pero partes del guión como la sub trama de la vecina o la súbita relación de MJ con el astronauta no acaban de encajar en el conjunto.

Tobey Maguire se vuelve a meter en las mallas del trepamuros después de haber participado en la nominadísima Seabiscuit. Aunque parece que el joven parece abocado a interpretar eternamente papeles de adolescente confuso, se ha ganado a pulso el que ya nadie imagine otra cara para dar vida al hombre araña. Fieles escuderos del protagonista son sus acompañantes de cartel, liderados por la veterana (a pesar de su juventud) Kirsten Dunst, la convincente versatilidad de Alfred Molina y James Franco, enemigo humano pero temible del protagonista.

Danny Elfman se ha convertido gracias a su insistencia en el compositor por excelencia de música de superhéroes. Comenzó con el Batman de su inseparable Tim Burton, y tras la música de la primera parte de Spider-man se atrevió con una valiente mezcla de melodías arábigas para Hulk. Sin embargo Elfman no aporta nada nuevo al score de la franquicia y repite temas marcados por su estilo propio claramente definido por la fuerza sonora, acompañamiento ideal para la acción.

O.K.: -La evidente admiración que siente Raimi por el personaje.
-La buena labor de la dirección, que sobresale en las escenas de acción.
-Los créditos iniciales, una nueva obra de arte del maestro Alex Ross.
-Los magníficos efectos especiales, que transportan al público entre los rascacielos de Nueva York al mismo ritmo que el protagonista.
-Que aborde desde lo cotidiano una historia que asciende hasta lo heroico.
-El motor de la historia, que no es otro que la incertidumbre de un personaje humano abrumado por la responsabilidad que ha adquirido.
-La épica palpable en momentos puntuales del metraje. (Las anónimas manos salvadoras en el tren, con el héroe convertido en víctima).
-El buen trabajo de un reparto consolidado, incuestionable ya en sus papeles.
-Que represente la auténtica esencia que debería estar presente en toda película del género.

K.O.: -La brusquedad con la que comienzan algunas escenas.
-Que parte de la historia parezca no venir a cuento y que amenace, según como se mire, con romper la atmósfera.

Conclusión: Excelente secuela que contentará a los seguidores del personaje y que no decepcionará por su espectacularidad a los paganos. Buen análisis de la figura del superhéroe que además entretiene y emociona. Una vez más Raimi ha sabido crear un Spider-man que atrapa al público en sus, cada vez más millonarias, redes.
Lée esta y otras críticas en Zona Negativa.

El Rey Arturo

EL REY ARTURO (KING ARTHUR, EEUU - Irlanda, 2004 Épica, 130 minutos)
Dirección:
Antoine Fuqua.
Guión: David Franzoni.
Reparto: Clive Owen, Keira Knightley, Ioan Gruffudd, Stellan Skaargard, Stephen Dillane, Ray Winstone, Til Schweiger, Mads Mikkelsen, Ken Scott, Hugh Dancy, Ray Stevenson, Joel Edgerton.
Música: Hans Zimmer.

Valoración: 6/10


El Rey Arturo. Esto nos suena ¿no?. Claro, sólo tenemos que hacer un ejercicio de memoria durante unos segundos y saltarán a nuestra mente montones de versiones de la leyenda artúrica, como por ejemplo la cruenta Excalibur con el Carmina Burana dando caña desde el fondo, la paródica versión de la corte de Camelot creada por los Monty Python o las maquetitas del Primer Caballero con un maduro Arturo encarnado por Sean Connery. Por no mencionar la multitud de filmes del estilo “nosequién en la corte del Rey Arturo” que han llevado a personajes del calibre de Whoopi Goldberg o Martin Lawrence hacia las tierras del medievo britano.

Comprensiblemente, con esta muchedumbre de antecedentes es muy complicado crear una nueva visión de la leyenda que le garantice a la película una identidad propia sin beber directamente de las anteriores. El problema se solucionó en cuanto el productor superstar Jerry Bruckheimer vio en una nueva revisión histórica del mito británico la excusa perfecta para dotar a su filme de unas características ausentes en todos sus antecesores. Según esta teoría, la leyenda del Rey Arturo estaría basada en hechos reales ocurridos siglos antes de que Chretién de Troyes escribiera su famoso libro. En esta época Britania era una provincia del Imperio Romano dirigida por un virrey – gobernador, mitad romano mitad britano, llamado Artorius, hombre de firmes creencias religiosas y renombrado guerrero. Este sería además el comandante de un grupo de caballeros sármatas que luchaban del bando romano para saldar una deuda histórica contraída por sus antepasados.

No conforme con tan atractiva premisa, radicalmente distinta a todo lo visto hasta ahora en lo referente al personaje, y seguramente con la intención de adaptarse a los tiempos modernos, se nos muestra a un Merlín señor de los Pictos muy alejado de su mítico papel de sabio consejero, a la frágil y dulce Ginebra convertida en una guerrera berserk que combina a partes iguales el valor bélico y la sensualidad, y a un invasor Sajón malo malísimo que hace olvidar que en las películas de antaño los sajones eran los bondadosos paladines que luchaban contra los pérfidos normandos. Por supuesto no podían faltar los valerosos caballeros de la Mesa Redonda, ya en las postrimerías de su gloria, dotados con cualidades dignas de un videojuego de rol: uno es el infalible arquero cuya compañía es una bella rapaz, otro es un promiscuo galán que da muerte a sus enemigos manejando con destreza dos espadas... Y no faltan el fortachón de rudas maneras y lenguaje malsonante, el gigante de feroz apariencia pero de buenos sentimientos y el bondadoso joven lanzador de hachas.

Dicho así puede sonar ridículo, pero para hacer honor a la verdad lo cierto es que absolutamente todo cuadra con lo que exige la película, que explota de manera acertada un potente realismo visual creando un conjunto atractivo y cuidado en el que cada personaje tiene el peso que merece. Fuqua aprovecha sabiamente en la dirección el soberbio trabajo del equipo técnico y de producción, mejorando sustancialmente en su papel de storyteller respecto a su anterior trabajo, Lágrimas del Sol, que daba directamente ganas de llorar. El realizador de la magnífica Training Day se desenvuelve sin dificultades en las escenas de combate, en las que se agradece su prudencia a la hora de manejar la cámara, que permite al espectador contemplar las batallas sin el temor de perderse varias tomas si en ese momento tiene la necesidad de parpadear.

Clive Owen es el encargado de dar vida al famoso monarca. Cierto es que Owen no es un actor conocido por la mayoría del público y que este es su primer papel protagonista tras dar la réplica a Angelina Jolie en Amar Peligrosamente. El actor británico ha participado como secundario en grandes películas como El Caso Bourne y Gosford Park y tuvo el tino de protagonizar The Hire, un proyecto publicitario poco común en el que la marca alemana BMW reunía a directores de la fama de Ang Lee, Tony Scott, Guy Ritchie, Joe Carnahan, John Woo, Alejandro González Iñárritu o el desaparecido John Frankenheimer para realizar una serie de cortos de acción con repartos impresionantes y cuyo protagonista absoluto (aparte de los automóviles) era Clive Owen.

El hecho de ser el rostro publicitario de una conocida marca, el record de descargas de los cortos desde la web y el sonar como el próximo James Bond ha ayudado a Owen a sonar entre el gran público. El Rey Arturo supone para el actor un gran empujón mediático, pero en el aspecto interpretativo Owen aprovecha en demasía su poderosa presencia física para crear un héroe excesivamente hierático e inexpresivo. Próximamente tendrá la oportunidad de resarcirse en Closer (Mike Nichols) con Julia Roberts, Jude Law y Natalie Portman; y Sin City (Robert Rodríguez, Frank Miller, Quentin Tarantino), que cuenta con un reparto de lujo plagado de caras conocidas.

El protagonismo femenino cae en las manos de Keira Knightley. Al igual que Owen, la joven británica (19 años) es aún una gran desconocida para el público español, pero sigue ascendiendo de forma meteórica en su carrera. El nombre de Keira ha estado inevitablemente ligado al de Natalie Portman, otra joven y prometedora actriz sobre la que la inglesa es continuamente interpelada debido a la semejanza de sus rasgos. El sorprendente parecido físico entre ambas llevó a George Lucas a colocar a la británica interpretando a la Reina Amidala en su Episodio I, al tiempo que la israelí acaparaba el protagonismo en el papel de su alter ego Padme. Mientras que Portman se convirtió en un fetiche galáctico para los millones de seguidores de la saga, Knightley pasó tan desapercibida como su personaje.

Tuvo que ser una comedia social británica, Quiero Ser Como Beckham, la que lanzara a la talentosa joven a la fama, que consolidó el verano pasado con otra superproducción de Jerry Bruckheimer, Piratas del Caribe. Es obvio que las carreras de Keira y Natalie llevan rumbos muy distintos. Mientras que Portman elige sus papeles por puro interés artístico, Knightley centra su atención en superproducciones comerciales, en una sabia estrategia para afianzarse en el traicionero terreno de la fama. En el Rey Arturo da vida a una Ginebra combativa, en un papel cuya gran exigencia física no ha sido un problema para Knightley, experimentada tiradora con arco, amazona y nadadora, que no puso reparos en pasar por el duro entrenamiento al que tuvo que hacer frente el reparto y que incluía el boxeo y el manejo de armas medievales. Curiosamente, al igual que sus dos compañeros de cartel, Keira sonó para la nueva película de 007 en la que se convertiría en la chica Bond más joven de la historia. Lejos de conjeturas, lo próximo es The Jacket junto con Adrien Brody, película a priori totalmente distinta de lo que ha hecho hasta ahora.

El reparto, que a primera vista puede no resultar muy atractivo, sorprende al tener como secundarios a Stellan Skaarsgard (Ronin, Dogville), magnífico actor escandinavo que da vida con tino al malvado invasor sajón antes de dedicarse por completo a la precuela de El Exorcista. Stephen Dillane (Las Horas, Spy Game) es Merlín, que pasa desapercibido al acaparar un protagonismo infinitamente menor al que le otorga la leyenda clásica. De Lancelot se encarga Ioan Gruffudd (Black Hawk Derribado, Titanic), otro joven que ha saltado a la palestra tras sonar al igual que Owen (y Jude Law, y Eric Bana, e Ewan McGregor, y Christian Bale...) para el puesto del agente 007 y por haber firmado para la adaptación de los 4F junto a Jessica Alba y Michael Chiklis. El Lanzarote de Gruffudd es un galán chulesco que casa a la perfección con lo que se espera del personaje en esta nueva visión, pero que resulta ser al final mejor amigo de lo que se le supone.

Nada más y nada menos que Hans Zimmer se encarga de la música. El oscarizado compositor ha marcado época con un estilo propio que conoció su cumbre artística con el Rey León, La Casa de los Espíritus, La Delgada Línea Roja o Gladiator. Lamentablemente Zimmer está más pendiente ahora de su factoría musical que de su propia carrera como compositor. Tras crear la notable banda sonora de El Último Samurai, su nivel decae sensiblemente en este Rey Arturo, en el que evoca éxitos propios anteriores con una bella melodía pero que ya suena a vieja. Momento de transición para uno de los mejores músicos de Hollywood.


O.K.: -La moderna visión de la leyenda, totalmente distinta a lo visto anteriormente.
-El correcto trabajo de Antoine Fuqua, del que a pesar de todo siempre se espera más tras el gran nivel demostrado en Training Day.
-El realismo visual de maquillaje, vestuario, escenarios y fotografía, máximo benefactor de la película. Un sobresaliente para la producción, que si ha reparado en gastos ha tenido la habilidad de que no repercuta en el resultado final.
-Las batallas, que demuestran una acción alejada del frenetismo de moda en la mayoría de las superproducciones del género.
-La valentía de la producción a la hora de ceder el peso del protagonismo a un trío de intérpretes en plena evolución.
-Momentos sobresalientes como el conmovedor comienzo, la soledad de Arturo en la Mesa Redonda, la batalla sobre el hielo y el vuelo del halcón.

K.O.: -Sus esfuerzos nada sutiles por conmover con arengas libertarias y sangrientos traumas infantiles.
-Una parte de la trama metida con calzador, con situaciones y personajes fuera de contexto. Franzoni, guionista de también de Gladiator, parece no haber bajado aún de la nube.
-Que tras todas las molestias que se han tomado para dotar a la película de una identidad propia y diferenciada de todas las adaptaciones anteriores, se caiga continuamente en tópicos y referencias a éxitos pasados.

Conclusión: Resulta sorprendente que tras el notable esfuerzo por evitar caer en situaciones de damas del lago, sabios magos, malignas brujas, esposas infieles o amigos traicioneros, conocidas ya por todos, se haya tirado de una ridícula defensa de la libertad como hilo conductor. El deseo de conmover al público es evidente y loable, pero resulta cansado que cualquier producción épica tire de arengas y diálogos sobre un concepto elevado, pero que corre el riesgo de desgastarse de tanto nombrarlo. El querer convertir al héroe propio en defensor máximo de la libertad es un ejercicio de prepotencia, que si no es llevado con sutilidad y franqueza es raro que funcione.

El Rey Arturo es un digno producto que proporciona un entretenimiento de calidad, pero que cae en todos sus apartados en continuos tópicos que funcionaron por novedosos en producciones anteriores, pero que bien vendría renovarlos. Lástima que las grandes pretensiones con las que arrancaba el film se queden por tierra. De todos modos, se augura un gran éxito en taquilla que le consolide como una de las grandes superproducciones en uno de los veranos con mayor competencia de los últimos años.
Lée esta y otras críticas en Zona Negativa.

lunes, septiembre 12, 2005

Shrek 2

SHREK 2 (EEUU, 2004 Animación / Aventuras)
Dirección:
Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon
Guión: William Steig, J.David Stem, Joe Stillman, David N. Weiss
Doblaje: Mike Myers (Shrek), Cameron Díaz (Fiona), Eddie Murphy (Asno), Antonio Banderas (Gato con Botas), John Cleese (Rey Harold), Julie Andrews (Reina Lillian), Rupert Everett (Príncipe Encantador), Jennifer Saunders (Hada Madrina).
Música: Harry Gregson - Williams

Valoración: 8/10

Me ha pasado. Lo reconozco. Tal vez sea algo relacionado con una maldad oculta pero no lo puedo evitar. Muchas veces, delante de una pantalla he visto al héroe carismático, valiente, heroico y molón y yo, lo confieso, he deseado que perdiera. He ansiado con todas mis fuerzas ver al príncipe devorado por el dragón, al policía burlado por el ladrón, a los masillas y a aquel tío de la armadura dorada saltando sobre los cadáveres de los Power Rangers.

Llega un momento en el que uno se pregunta por qué motivo el bueno se tiene que quedar siempre con la bella heroína, por qué el malo siempre pierde de la forma más absurda y la alteración genética que hace que los buenos sean siempre guapísimos y los malos bestias deformes. Vale que sea cuestión de tirón comercial, de cuadrar los guiones con un final que guste al público y que el malo se merece lo que le pase; pero la gente se empieza a cansar del mismo cuento de siempre.

El cine ha explotado desde siempre estas premisas y tal vez el género que más lo haya usado sea la animación. Desde siempre los protagonistas de los dibujos animados (basados la mayoría en fábulas, cuentos y leyendas) han sido aguerridos caballeros, bellas princesas o graciosos animalillos que se veían obligados a superar sus miedos y taras para vencer al horrible malo malísimo. La moraleja final estaba siempre presente y era del tipo “enfréntate a tus miedos”, “unidos los conseguiréis” o “con música todo sale mejor”.

Pero los tiempos cambian, y alguien en Disney se dio cuenta de la necesidad de un cambio inmediato. La línea tenía que cambiar y la presión añadida de las nuevas tecnologías de animación mostraba un camino claro: Pixar. Disney había salvado los muebles gracias a la épica del Rey León, pero salvo excepciones (Mulán, Atlantis) ha seguido produciendo hasta la fecha lo mismo de siempre. Así que dieron manga ancha a los estudios de animación digital de Pixar y se sentaron a ver qué pasaba. Y resultó que la cosa funcionó a la primera y Toy Story se convirtió en un taquillazo.

Disney era feliz y convirtió a Pixar en la joya de la corona de los estudios. Cada película que han hecho ha sido un éxito, el último Buscando a Nemo, ganadora de un Oscar. Sin embargo, a pesar de la ironía y el buen hacer de los chicos nuevos, era imposible que aquello no emanara el auténtico olor a Disney. La gente acudía al cine y salía satisfecha, pero ¿por qué no probar un giro más? ¿algo aún más “diferente”?. Pero ¿tendría Disney el valor de dar la espalda a años de tradición? Y entre tanto, mientras los chicos del difunto Walt seguían pensándoselo, apareció Dreamworks.

Si de algo no se puede culpar a la factoría del señor Spielberg y compañía, es de falta de competitividad o calidad. Si echamos la vista atrás, este ha sido el único año desde su fundación en el que una de sus películas no ha estado nominada al oscar más ansiado. De modo que Dreamworks tenía el talento, el potencial y las ganas de robarle la cartera de la animación a los de Disney. Primero lo probaron con la animación tradicional (El Príncipe de Egipto) pero finalmente se decantaron por un mercado en expansión: la animación digital. Sin embargo lo que ha marcado la diferencia no ha sido la técnica, sino la idea.

Dreamworks decidió arriesgarse y dar la vuelta de rosca que la Disney se negaba a dar: cogió todos aquellos cuentos que a todos nos han leído de pequeños y les dio un lavado de imagen que no los reconocía ni el hermano Grimm que los parió: colocó como protagonista indiscutible a un horrible y malhumorado ogro verde, a una princesa de duro carácter e iguales maneras, a un burro inseguro y plasta y como enemigo a un rey de cuento que no es lo que parece. Y funcionó. Taquillazo, oscar y buenas críticas.

Seguramente ahora, unos años después del primer Shrek, Dreamworks planee repetir éxito. Por ahora la secuela está batiendo todos los records de taquilla, y sólo falta ver como responde en nuestro país. Tal vez alguien se temiera que los creadores de la primera mitad vendieran su alma al diablo y perdiera su identidad en esta segunda parte, pero nada más lejos de la realidad.

La película arranca donde terminaba su predecesora: Shrek y Fiona están felizmente casados disfrutando de su luna de miel, cuando un mensaje de los padres de la novia, reyes de Un País Muy Muy Lejano, reclaman la presencia de la nueva pareja. Los dos ogros, acompañados por Asno, deberán comenzar un viaje hacia el reino para presentarse como marido y mujer ante la corte. El problema es que nadie conoce el nuevo aspecto de la otrora bella princesa. Ese, una maligna Hada Madrina y un cargante Príncipe Encantador serán los problemas a los que se deberá enfrentar el bueno de Shrek.

A primera vista el argumento no es muy llamativo, pero para hacerlo más atractivo no faltan en ningún momento las acertadas parodias a películas y programas de éxito, los diálogos hilarantes, las escenas de acción dignas de la mejor película de aventuras, la visión imprescindible de las fábulas clásicas, y cómo no, la moraleja final. Tal vez sea este el único momento en el que la película pierde su auténtica identidad y tiende hacia algo más políticamente correcto.

En contraste, el punto más fuerte de la película es la inclusión entre los personajes principales del Gato con Botas. En Shrek, el felino es un asesino a sueldo contratado para acabar con el ogro. El personaje esta plagado de picaresca y carisma y pide a voces su propio spin off. Le presta la voz, tanto en la versión original como en la doblada, nuestro compatriota Antonio Banderas. Banderas se decanta en la versión americana por un acento latino para su personaje, que aquí transforma en andaluz.

La dirección corre a cargo de tres realizadores, (destaca Adamson)que completan un buen trabajo. Acertadísimo ritmo, narrativa perfecta con una ambientación genial y escenarios plagados de detalles ocultos a primera vista. Puede que se repitan en algunos planos y travellings, pero aprovechan a la perfección la ventaja física que supone dirigir una película de animación frente a una “real”. Del guión se ocupa un equipo de cuatro escritores, al que tal vez haya que culpar de abusar en demasía de la parodia, pero es que precisamente de ello va la película. El guión es sencillo pero efectivo, justo lo que la película necesita.

Otro punto a favor de Shrek 2 es la música. Harry Gregson Williams, compositor de Spy Game, Simbad, Veronica Guerin o la saga de videojuegos Metal Gear Solid, se apoya perfectamente en el magnífico score de la primera parte para crear los temas de esta segunda. Williams se esfuerza en demostrar en cada uno de sus trabajos que ser moderno no significa rechazar de plano melodías clásicas. Un compositor a seguir. Sin embargo la música orquestada no es la única que ambienta el filme, y el equipo se ha encargado de reunir unos temas de pop y rock que acentúan el carácter renovador de la franquicia y que acompañan las escenas a la perfección.

O.K.: -Que sea capaz de mantener su identidad renovadora, rebelde y gamberra.
-El gran trabajo de la dirección y del equipo encargado de la animación, plagada de detalles.
-El doblaje, en ambas versiones.
-El conjunto de los personajes.
-La música, tanto el score de Williams como las canciones seleccionadas para formar parte de la banda sonora, acompañamiento perfecto para la película.
-El gran entretenimiento que ofrece para todo tipo de público.
-Las sobresalientes escenas de acción.
-Los continuos golpes de humor que dan al filme un toque de comedia no exento de mensaje.
-El Gato con Botas, personaje supremo de la película.

K.O: -El poco protagonismo de Fiona respecto a la anterior.
-La moralina del final más característica de otros estudios. Sobraba.

Conclusión: Es cierto que Shrek 2 no supera en ningún momento a su predecesora, pero la calidad y la revolución que supuso la primera parte son difíciles de igualar. Aunque en cualquier comparación objetiva la 2 salga perdiendo, ofrece al espectador un entretenimiento cargado de acción, aventuras, humor y un pelín de mala leche. Y sobre todo ello enseña a los más pequeños cómo debe ser una historia de amor verdadero: un amor sin condiciones.
Lée esta y otras reseٌñas en Zona Negativa.

El Castigador

EL CASTIGADOR (THE PUNISHER, EEUU – Alemania 2004, Acción)
Dirección y Guión :
Jonathan Hensleigh
Reparto: Thomas Jane, Rebecca Romjn, John Travolta, Laura Elena Harring, Samantha Mathis, Willa Patton.
Música: Carlo Siliotto.

Valoración: 5/10

Recuerda uno al ver el Castigador, aquellas películas de los años 70 y 80 en las que Charles Bronson, encarnando siempre a un heroico policía retirado, volvía al barrio donde había vivido una tranquila infancia para verlo convertido en un territorio de bandas de delincuentes, policías acomodados y vecinos llenos de miedo. Era entonces cuando Bronson volvía a abrir la caja donde reposaba su vieja arma reglamentaria, recuerdo de tiempos mejores, y convertía la violencia en un método para aplicar su propia justicia.

Salía Charlie a la calle con su rostro impertérrito y comenzaba a vaciar cargadores contra todo aquello que tuviera pinta de malhechor, soltaba un par de frases que dejaban bien claro su poca predisposición a que le tocaran más las narices y expulsaba por fin a todos los sinvergüenzas de un barrio lleno de gente honrada. Era en ese momento precedente al final cuando, lejos ya de medidas anti constitucionales, se nos develaba la verdadera naturaleza del personaje: un hombre que ha hecho de la venganza un motivo para vivir, un sentido para su existencia que es incapaz de abandonar.

Dicen que la destrucción de los rebeldes llegará el día en que consigan aquello por lo que luchan, y lo mismo pasa con los vengadores. Es la venganza el único motivo que llena su vida, encerrándolo en un círculo de eterna violencia como única solución al vacío vital en el que le ha sumido la pérdida de sus seres más queridos. Es la destrucción de sus enemigos la única excusa que evita su propia ansia auto destructiva causada por unos remordimientos de culpabilidad: El propio vengador es su peor enemigo, y la venganza una droga que no puede abandonar. ¿Pero qué pasa cuando ya no queda nadie de quien vengarse? ¿Qué sucede cuando ha alcanzado su objetivo? Lo que ocurre es que después de la venganza, llega el castigo.

¿Qué diferencia entonces al Castigador del resto de personajes con las mismas motivaciones? Pues nada más y nada menos que Castle es (o al menos se supone) un superhéroe. Desde que Richard Donner (Arma Letal, Timeline) dirigiera la adaptación a la gran pantalla de un auténtico icono como es Superman, muchas han sido las producciones basadas en cómics. Tras el gran bajón de calidad que supuso la avalancha de imitadores de la obra de Donner, de las cuales muchas acabaron apareciendo directamente en VHS, Tim Burton recuperó por la puerta grande el género con dos grandes películas dedicadas a un personaje tan atractivo y conocido como Batman. Si bien las dos primeras se podrían calificar de excelentes, fueron seguidas por otras dos menos afortunadas, obra del genial (aunque irregular) Joel Schumacher (Tigerland, Última Llamada).

Ya más adelante, el sorprendente éxito de Blade de Stephen Norrington (LXG, sin comentarios), lanzó definitivamente a las productoras a subvencionar proyectos salidos de las viñetas. Además de contar con la presencia de personajes conocidos y seguidos por millones de potenciales espectadores, grandes nombres se vincularon a las películas, creando grandes obras tales como X Men de Brian Synger, Spiderman de Sam Raimi, Hulk de Ang Lee o la magnífica Camino a la Perdición de Sam Mendes (que demuestra que no sólo se adaptan superhéroes). La avalancha de este tipo de cintas ha provocado que los héroes del cómic no se tengan que resguardar en la acción o las aventuras, sino que ha creado un nuevo género superheroico de gran éxito comercial.

Sin embargo ante semejante saturación de este tipo de películas, cabe esperar que no todas alcancen la calidad de las apadrinadas por los virtuosos del celuloide, por lo que por cada buen trabajo que nos deleita, sale otro que hace que se nos lleven los demonios. Ahí están por ejemplo la Liga, Daredevil, Blueberry, o From Hell (buena ambientación creada por los Hughes, pero incomparable a la obra en papel de Moore y Campbell). No cabe duda que se corre un gran riesgo de crear una visión equivocada del venerado tebeo, pero se supone que los remordimientos por el trabajo mal hecho se acallan pronto cuando las productoras ven sus manos repletas de dólares.

De el Castigador se encarga Jonathan Hensleigh (Armaggeddon) y lo hace en un doble aspecto: como guionista experimentado y como director debutante. Hensleigh apoya su texto en la primera etapa de Garth Ennis a cargo del comic, rodeándolo de personajes cotidianos que ven alterada su vida por la llegada del vengador a su bloque de edificios. Sin embargo, al contrario que Ennis, el encargado del filme no explota la vertiente más violenta de Punisher, sino que crea una visión más blanda del personaje, potenciando una versión más carismática y cinematográfica del personaje. Tal vez para aquel que va al cine sin conocer previamente el cómic esta sea una interpretación más adecuada del personaje, pero para los fans del antihéroe supondrá una gran decepción el no contemplar a un Castigador más auténtico.

Para aquel que conozca el comic (y para el que no, lo mismo) el guión será además totalmente previsible. Durante la primera hora se nos presenta al personaje mediante una interpretación bastante libre de la clásica, para pasar en la siguiente hora a la consumación de la venganza. Hensleigh compone además a dos malos de folletín, y lo único destacable del texto es la trampa contra la esposa y el lugarteniente del capo que interpreta Travolta. El resto del guión o bebe de los momentos que ya mostró Ennis en su día o bien homenajea a las películas de acción de los 80.

La dirección no puede calificarse como menos que nostálgica. No se le puede reprochar su intento de recrear momentos en el recuerdo de todos o de intentar crear una ambientación en una época pasada, pero da la impresión de que la película hubiera sido rodada en los 80 y se hubiera distribuido en 2004. Hensleigh no arriesga en absoluto y dedica todos sus esfuerzos en componer un western urbano (sólo hace falta contemplar la escena del duelo en el edificio del dinero) al más puro estilo Harry el Sucio, pero sin llegar a la altura de la suela de los zapatos de Eastwood.

Las escenas de acción, base de la película, carecen de emoción y emanan un hálito de cotidianeidad (que no de realismo), como de andar por casa. Los personajes carecen de la profundidad necesaria para componer una película de este tipo, sobre todo si se quiere hacer dentro del estilo serie B que se ha elegido. Nada destacable en la dirección, que peca de excesiva cobardía y de no haber sido capaz de encontrar el tono adecuado para la película: los momentos en los que intenta despertar la risa fácil tal vez hubieran servido para otra pero no para una adaptación de un personaje tan sombrío como Castle.

Ahogándose en este mar de parodia encontramos a un reparto con cuatro nombres de relumbrón de los que sólo la pareja de villanos es capaz de nadar sobre la superficie de un agua demasiado espesa para Jane y Romjn. Thomas Jane (Deep Blue Sea) acapara todo el protagonismo dando vida al Castigador. Jane intenta crear de la nada un personaje digno, sin darse cuenta del ambiente retro que le rodea, y que aboca su interpretación al fracaso a pesar de sus loables esfuerzos. De Romjn nada se puede sacar y parece que dio su mejor cara en la Femme Fatale de De Palma. Aquí prescinde levemente de su belleza para dar vida a una camarera que se perfila desde su primera aparición como posible pareja romántica del protagonista, sin llegar a ofrecer nada más.

Así que es el reverso tenebroso el que mejor papel hace ya que, tanto como Travolta como Laura Elena Harring (la chica de Mulholland Drive que no es Naomi Watts), se percatan de la orientación de la historia y se esfuerzan por mostrar la cara más irrisoria de sus roles. Ambos se sienten cómodos dando vida a dos malos de manual, por lo que es una lástima que las escenas más cómicas no caigan en ellos, sino en el protagonista, lo que termina por destrozar la película.

Carlo Siliotto se encarga de una partitura que se puede analizar desde dos puntos de vista: o le han encargado expresamente que componga una música así, o el tío es realmente malo. En cualquier caso la música es patética, y el score no pasa de una versión dañada (destrozada) de la banda sonora de La Roca. El disco se tiene que apoyar en canciones de rock para hacerle mínimamente vendible. No se comprende otro motivo, ya que ninguna de ellas aparece en la película.

O.K: -El entretenimiento que ofrece.
-La presencia de nombres de peso en el reparto.
-La escena final, único momento en el que podemos contemplar a un Punisher más auténtico.
-El plan, única sorpresa en un guión plano.
-La pelea contra el Ruso.

K.O: -La cobardía de la dirección, correcta, pero que no aporta nada.
-El tono global de la película, inadecuado para el personaje.
-El excesivo toque retro.
-La banda sonora.
-Que en ningún instante se note el más mínimo aprecio por parte de Hensleigh hacia el personaje.
-La multitud de escenas cómicas (la cancioncita del asesino a sueldo en el bar aspira a ser el nuevo éxito del verano).
-Que amenace en su última escena con una secuela. (No negociamos con terroristas).

Conclusión: El Castigador es una película prescindible, que no aporta nada bueno al fan y que sólo supone un leve entretenimiento para el neófito, que no tiene que sufrir viendo la forma en que destrozan a un personaje venerado. Es además una nueva razón para aquellos que se muestran en contra de las adaptaciones de héroes de cómic a la gran pantalla. Hay aún mucha gente que piensa que los cómics no son más que historias sobre tíos duros en mallas y chicas con cuerpos de escándalo, y películas como esta no contribuyen en absoluto a que cambie su opinión.

Sin embargo el género sigue creciendo y promete la llegada de muchas obras salidas directamente de la viñeta: Hellboy está pendiente de estrenar en España, Catwoman llegará el 8 de Agosto, en Noviembre Pixar mostrará su propia visión del género en The Incredibles, Kevin Smith prepara Green Hornet, Rob Bowman se ha hecho cargo de Elektra, Darren Aronofsky se ha comprometido con Watchmen, y en 2005 Sin City (Robert Rodríguez, Frank Miller, Quentin Tarantino) y Batman Begins (Christopher Nolan), ambas con repartos plagados de estrellas. Y por si fuera poco a la vuelta de la esquina tenemos el estreno de la secuela de Spiderman.

Tal vez una visión más siniestra y oscura habría dado a la película más profundidad y un ambiente más adecuado para que el personaje desarrollara su verdadera naturaleza, pero con películas como esta uno tiene la impresión de que ha llegado el momento en que los vengadores se deshagan de sus armas y salgan de la ciudad, alejándose hacia un horizonte olvidado reservado para las leyendas.
Lée esta y otras reseٌñas en Zona Negativa.

domingo, septiembre 11, 2005

Blueberry: La Experiencia Secreta

BLUEBERRY: LA EXPERIENCIA SECRETA (BLUEBERRY: L´EXPERIENCE SECRETE, Francia - Reino Unido - México 2003, Western Lisérgico.)
Dirección:
Jan Kounen.
Intérpretes: Vincent Cassell, Michael Madsen, Juliette Lewis, Geoffrey Lewis, Colm Meaney, Djimon Hounsou, Tchéky Karyo, Ernest Borgnine, Nicole Hiltz.
Guión: Matt Alexander, Gerard Brach, Jan Kounen.
Música: François Roy.

Valoración: 2/10.

Puntitos blancos, puntitos amarillos. Un escorpión de 2 metros descansa en la cama mientras lee el último número del Hola. Un elefante rosa vestido con frac toca con trombón una versión punk de la Traviata. Las pompas que salen del instrumento levitan con levedad por delante de la portada de 300, hasta que el casco de hoplita se gira y grita con voz grave “¡Paréntesis!”. Vamos a ver. En estos momentos aún me encuentro sumido en un estado de confusión y cabreo que tal vez me impida desempeñar funciones básicas como hablar, escribir o atarme los cordones de los zapatos sin que se me quede un dedo atrapado entre ellos, pero se ve que estos instantes, homenaje a las pupilas dilatadas, son los de mejor inspiración. Y si no os fiáis, preguntadle a Kounen.

Se supone que ahora debería venir un párrafo a modo de introducción sobre el western. Sobre Peckimpah, Leone o Ford. Se debería mencionar a Eastwood, a Cooper y a Wayne. Balas, colts, riendas, cabelleras y lazos. Plumas y sombreros. Oh sí. Se podría hablar de esto y de muchos otros aspectos de un género usado para albergar todo tipo de historias y personajes. Pero nos quedaremos con las ganas de tratar sobre esas películas de indios, bandidos y vaqueros. Dejaremos aparte los asaltos al tren, las emboscadas a la diligencia, los ataques al fuerte, los robos del banco, las peleas de salón, los duelos al amanecer, las partidas de ganado y las galopadas hacia el horizonte. “¿Pero qué dice este tío?”, pensaréis, “¿acaso no es Blueberry la pura definición de western?”.

Y efectivamente, así es. Sin lugar a dudas el cómic encaja a la perfección con el concepto de historia del far west, pero no así la película. Tal vez muchos seguidores hayan acudido al cine esperanzados con ver una adaptación cinematográfica de las aventuras del famoso teniente pero, y esto es un aviso, no es eso lo que se encontraran. Lo que aparecerá en la pantalla será una obra post moderna, pedante y mega guay creada por gente que cuando habla se cuida de soltar un par de galicismos por frase (dejando de lado que sean o no franceses), que compra mobiliario con forma de genitales y que tiene colgado de la pared de su salón un cuadro pintado con vómitos.

Así que dejemos algo claro: la película y el cómic no tienen absolutamente nada que ver, y su único parecido reside en el nombre de su protagonista. Nada más. Punto. Por tanto nos centraremos en la película, dejando al pobre cómic en paz que bastante ha sufrido viendo su nombre mancillado de esta manera. La historia comienza con un Blueberry adolescente y virginal que es seducido por una bella prostituta. Una vez concluido el debut sexual de Mike, son sorprendidos por el siempre malvado Madsen en una escena que recuerda demasiado a los flashbacks de Lee Van Cleef en “La Muerte Tenía un Precio”. Súbitamente se corta la escena (recurrente misterio traumático en la película) y Mike huye saltando por una ventana. A pesar de su heroico acto, no puede evitar salir malherido y es recogido por unos indios, que mediante un tratamiento a base de plantas alucinógenas, consiguen salvarlo. Años más tarde, con Blueberry convertido en marshall de Palomito (¿De verdad todas las ciudades fronterizas tienen nombres tan ridículos?), un grupo de (no sé muy bien cómo definirlos) bribones intentará encontrar las montañas sagradas de la tribu. El defensor de la ley, atrapado entre dos culturas, deberá mediar en el inminente conflicto.

Hasta aquí todo parece bastante normal. Un poco cutre, pero nada que no se haya visto. La típica historia del oeste de “mataste a mi chica, Johnny. Más te vale conservar tu rapidez con el revolver.” Pero no. No es eso ni por asomo. Lejos de venganzas o tiroteos la historia se centra en los efectos de las drogas indias como medio de transporte hacia el más allá. Sí gente. Habéis oído bien. Se ve que Kounen (director de la ¿película?) es uno de esos tíos que llevan camisetas con inscripciones como “Fui el primero en probar el LSD”. El realizador francés incide constantemente en el trauma que le causó al protagonista la muerte de la prostituta, pero en vez de resolver el asunto a tiros como todo buen cowboy que se precie, se decide por crear una solución mística.

Todo esto pasa por un duelo entre contrincantes dentro de un mundo espiritual auténticamente nativo americano. Y claro, uno no empieza a ver animalitos en CGI, serpientes de 20 metros ni árboles con cabezas humanas en lugar de ramas a no ser que la señora de la limpieza se haya pasado con el amoníaco. Así que la finalidad de la búsqueda de las montañas sagradas (que ocupa los primeros 90 minutos del filme, ahí es nada) es la de encontrar el sitio ideal para meterse el chute que les transporte a ese mundo de sueños, que no es ni por asomo un campo de floripondios donde practicar el amor libre, sino más bien una especie de Matrix chamánica.

Hasta ese momento que ocupa los veinte últimos minutos de rodaje, todo son escenas relacionadas con la búsqueda de las montañas y conversaciones pseudo-trascendentales entre Blueberry y su compañero chiricaua (que por cierto se llama Runi, en vez de Toro Sentado o Caballo Veloz) del tipo “Has de buscar tu auténtico espíritu en el más allá, pero sin olvidar el más acá, ya que el más acá no puede vivir sin el más allá y viceversa de lo contrario” “Ya, qué me vas a contar Runi, tío, el problema es que el espíritu es mío pero yo no soy yo.” Adecuados sí que son, ya que con el cuelgue que llevan los protagonistas es comprensible su confusión y la falta de coordinación a la hora de crear frases coherentes, pero no vamos a negar que suena extraño.

A lo largo de esa primera hora y media sólo podemos ver momentos puntuales en los que la película se asemeja a un western, como la ya mencionada primera escena, la pelea entre Blueberry y el indio en el río, el tiroteo en la calle, el asesinato en la hacienda y la huída de la prisión, sin duda la mejor escena de la película. Estas pizcas de peli del oeste se ven mezcladas con una subtrama de película de aventuras con escenas tipo “Adivina quién tiene el mapa”. Sin embargo estos momentos pasan desapercibidos entre una historia aburrida, ligera, mal llevada y mil veces vista. Se nota demasiado durante estas secuencias que esto no es lo que realmente le interesa contar al director.

Capítulo aparte merece la larguísima escena final. Durante esos minutos presenciamos un duelo espiritual entre Madsen y Cassell en medio de un mundo de totems que cobran vida, brillantes cuadraditos amarillos y continuos fundidos a blanco. Todo ello amenizado con frases al mismo estilo que los diálogos y sonidos distorsionados. Al menos entre ello vemos la respuesta (previsible, además) a la escena traumática del comienzo, pero el resto es digno de un salva pantallas de Windows 95. Eso sí, el director se asegura de que el público sienta los efectos de la droga que han ingerido los personajes, provocando en el espectador síntomas como dolor de cabeza, mareos e incontinencia verbal. Todo un experimento social basado en el realismo que conmovería al creador del video clip de Yellow Submarine.

Dejando de lado los efectos que pueda ejercer lo que se vea en la pantalla sobre la salud del público, Kounen realiza un trabajo (casi) impecable en el apartado técnico, sobresaliendo los bellos planos aéreos que consigue de una manera brillante. Buenos planos cortos en algunos momentos e interesantes planos generales con algunos detalles sorprendentes (como el coyote en el momento de la explosión). No se le puede reprochar nada al equipo técnico que completa una labor destacable.

Sin embargo Kounen peca de nuevo de pedantería y repite una y otra vez ralentís y movimientos frenéticos de cámara que recuerdan en algún momento a Giro al Infierno de Oliver Stone. Al contrario que Stone, el francés se empeña en repetirlos hasta agotar al público, por lo que el respetable deja de apreciarlos como se merecerían si se analizaran de uno en uno. Una buena comida debe saciar, no empachar.

Con este panorama es difícil comprender que ha atraído a un reparto tan atractivo para que se decida a formar parte de una obra como esta. Vincent Cassell (francés, pareja de la sensual Mónica Bellucci) es un habitual de películas europeas, pero a su lado aparecen nombres como el de Michael Madsen (icono tarantiniano), Juliette Lewis o Djimon Hounsou (nominado este año al Oscar a mejor actor de reparto por In America). Cassell realiza una buena labor carente de mérito, ya que tanto él como Kounen, se sometieron directamente a los efectos de las drogas indias para “perfeccionar su trabajo”. De todas formas, a pesar de que en un principio pueda parecer que no da el tipo físicamente como encarnación de Blueberry, Cassell consigue una interpretación notable. Como contrapunto al protagonista aparece Michael Madsen, alias Señor Rubio. Madsen hace una vez más del personaje cabroncete y carismático que le hizo pasar a la más reciente historia del cine y que ha repetido hasta la saciedad exitosamente. El protagonismo femenino lo acapara Juliette Lewis, experta en personajes extremos (Asesinos Natos, Días Extraños) y que tiene la moral de marcarse una balada country demostrando sus habilidades canoras como ya hiciera en la película de Biguelow.

Del trabajo del resto de actores poco se puede decir. La presencia de Borgnine parece deberse a aumentar el engaño para hacer creer al incauto espectador que la presencia de un auténtico clásico del género garantiza la calidad. Lo mismo puede decirse de Geoffrey Lewis, aunque tal vez se haya visto condicionado por lo bonito que es trabajar junto a su hija y encima repitiendo en pantalla el fraternal hilo que les une. ¡Qué gran momento para su álbum familiar!. Colm Meaney acapara más tiempo en escena en su papel de compañero problemático del protagonista, pero por el contrario, las apariciones de Hiltz (The Shield), Hounsou (Gladiator) y Karyo (El Patriota) son efímeras. Un gran número de caras conocidas que pasan por el filme sin dejar huella.

Sin entrar en otros calificativos, la música se puede definir como adecuada. Roy se ocupa de crear unos temas ambientales melódicos en los momentos en que la acción transcurre en el mundo real, que calan a la perfección con la imagen. Eso sí, no tarda en contagiarse de la demencia alucinógena del resto del equipo creativo y compone una serie de ruidos distorsionados que acentúan el surrealismo de la imagen y la rayada del público.

O.K.: -La gran labor del equipo en el apartado técnico.
-El reparto cargado de caras conocidas en el que destaca el trabajo de Cassell.

K.O.: -Que no tenga nada que ver con el cómic.
-El engaño a la hora de vender el producto como un western cuando no lo es ni por asomo.
-La práctica ausencia de una trama digna.
-Que la parte más original sea la relacionada con los estupefacientes.
-El desaprovechamiento de la mayor parte del reparto, que daba para mucho más.
-La repetitiva insistencia de Kounen con tomas, zooms y ralentís post modernos.
-La pedantería con la que parte al pretender crear una obra comprensible sólo por sus creadores (y por lo que consuman la misma sustancia).
-Algunos de los diálogos, que pecan de un falso misticismo.
-El tedio absoluto al que somete al espectador.
-El malgasto de un gran presupuesto (para una producción europea) en una obra como esta.
-La falta de honor hacia su título, al no haberse mantenido semejante castigo contra la percepción visual en secreto.
-La demostración empírica de que también se pueden ingerir drogas a través de una pantalla.
-La escena en el Mundo de los Espíritus, digna del mejor fumadero de opio.

Conclusión: Esta película es, desde su título, un engaño. Resulta incomprensible que se hayan adquirido los derechos del cómic para hacer algo que no tiene nada que ver con él, salvo si se analiza desde el comprensible terror de la productora ante el ínfimo tirón comercial que tiene la cinta. Si se ha usado el nombre de Blueberry ha sido sin duda para atraer a los lectores del tebeo y salvar una parte de los muebles, ya que de otra forma esta película se podría haber rodado perfectamente en otro entorno.

Tal vez Kounen sea un genio adelantado a su tiempo y nosotros unos ignorantes incapaces de comprender la belleza de su obra, pero por el momento la recomendación es la de evitar esta película a toda costa a no ser que se tenga la intención de pillarse un colocón visual. Blueberry es a día de hoy una blasfemia en tres dimensiones contra el western, el cine y el trabajo de miles de oftalmólogos.

De todas maneras a uno le pica la curiosidad y se pregunta la explicación que daría Kounen de su Blueberry, sentado en su sillón fálico, con Magic Carpet Ride como música ambiental, justo después de exponer delante de sus amigos vestidos de Versace (Manitú le tenga en su gloria) que en realidad el cuadro pintado con vómitos representa conceptos tan antagónicos como consumismo y hambre. O simplemente la reacción de su propio cuerpo tras dirigir la película. Pero por ahora contendré mi curiosidad y me contentaré con sumergir mi cabeza en hielo. Y recordad: decid NO a las drogas. Independientemente de la vía por la que se asimilen.

Troya

TROYA (EEUU 2004, Épica Romántica)
Dirección:
Wolfgang Petersen.
Guión: David Benioff.
Reparto: Brad Pitt, Eric Bana, Orlando Bloom, Diane Kruger, Peter O´Toole, Brian Cox, Brendan Gleeson, Saffron Burrows, Sean Bean, Julie Christie, Rose Byrne, Tyler Mane.
Música: James Horner.

Valoración: 7/10

Superproducción. Si una palabra puede definir Troya, es sin duda esa. Un director conocido, un reparto de un lujo extraordinario, unos efectos especiales de primer nivel y una historia única. Ha conquistado con facilidad el primer puesto en taquilla, su repercusión mediática ha sido grande y desprende grandiosidad a raudales. A primera vista, Troya cumple todos los requisitos que una película de estas características debe acaparar. Sin embargo hay algunos aspectos en Troya que no hacen honor a esta denominación.

Desde hace ya unos años se ha recuperado de forma grandiosa un género que había permanecido olvidado durante décadas. La épica siempre ha estado, en mayor o menor medida, presente en toda película con pretensiones de ser obra maestra, pero como género cinematográfico ha permanecido acallada durante largo tiempo. Las comedias de situación de los 70 y 80 y la sobre saturación de filmes de acción de los años 90, obligaron a algunos géneros clásicos como el western o el peplum a permanecer apartados, esperando una oportunidad que tal vez nunca volvería a llegar.

Pero llegó. El primero en abrir de nuevo la brecha tal vez fuera a mediados del los 90 Mel Gibson con su magnífica Braveheart. La historia de Wallace no solo conmovió al público, sino que maravilló a la crítica que la acabó premiando con 5 Oscars. Años más tarde, Ridley Scott, en su afán por resucitar géneros, volvió la vista al auténtico peplum con Gladiator, otra película inolvidable que consiguió el mismo resultado que la historia del héroe escocés. Pero si una película ha conseguido hacer explotar de nuevo el género ha sido la saga del Señor de los Anillos, que ha arrastrado a las salas de cines a millones de seguidores durante tres años consecutivos.

A la sombra de la sublime obra de Jackson surgirán otras con la pretensión de igualar, al menos en impacto mediático, la saga del Anillo. Este primer año post LOTR será clave para contemplar por donde van los derroteros de la nueva épica y Troya es la encargada de conquistar el corazón, la mente y el bolsillo de los ávidos de emoción en esta temporada. Puntos a favor no le faltan para lograrlo, y entre ellos sobresale la historia que la sustenta.

Troya es una adaptación de la Ilíada de Homero, una de las mejores obras jamás escritas y que hoy, después de siglos, mantiene su carácter intemporal. Tal vez la falta de nuevas ideas en Hollywood obliga a las grandes productoras a volver la vista hacia obras clásicas, conocidas por el público en general y de gran atractivo. Curiosamente las últimas grandes historias épicas no han surgido de ideas originales: Braveheart está basada en hechos reales, de todo el mundo es conocido el libro de Tolkien en el que se basa la saga del Anillo, Gladiator es un remake libre de La Caída del Imperio Romano, Master and Commander surge de una serie de novelas de aventuras...

El encargado de adaptar la obra homérica es David Benioff, que se encargó del guión de The 25th Hour, una película de Spike Lee que gozó de un gran éxito de crítica. Benioff tiene la gran responsabilidad de resumir una obra gigantesca (en todos los aspectos) en tres horas escasas de metraje, darle el protagonismo justo a cada personaje, plantear una trama enorme de una forma clara y seleccionar los momentos clave del libro para conducir la historia.

Benioff resuelve el inconveniente del tiempo recortando la duración de la guerra de 10 años a 15 días, de los que sólo contemplamos 3. Está claro que prolongar la película habría sido contraproducente, aunque el resumen sea brutal. Para ello se ha apartado la parte “Divina” de la obra y se ha centrado tan sólo en los personajes humanos, resaltando los aspectos bélico y romántico. El glosario de personajes es extensísimo y todos tienen importancia en el desarrollo de la historia. En la presentación de los caracteres el guionista intenta ubicar al público, y tira del típico truco de principiante de mencionar el título, cargo y relación antes de nombrar a cada personaje. Lo mejor es que funciona, aunque con un reparto de rostros tan reconocibles tras los papeles podría haberse saltado este paso o haberlo realizado de una manera más sutil.

Sin duda el mayor error del guión, evidentemente condicionado por una decisión de la producción, es el exceso de protagonismo de Aquiles. Aún dejando de lado la obra de Homero, Troya es una obra coral, plagada de personajes importantes en la historia, y condicionarlos a todos para resaltar a uno es un desperdicio. Está claro que no todos van a tener la misma relevancia, pero es que en algún momento uno cree estar contemplando una obra dedicada exclusivamente al personaje encarnado por Brad Pitt. El resto del argumento es irreprochable y los diálogos pasan por momentos geniales (como las conversaciones en la tienda de Aquiles sobre la guerra) y otros de mayor relajación.

Al frente del proyecto se sitúa el director alemán Wolfgang Petersen, cuya carrera ha estado sembrada de éxitos de taquilla y de algún que otro encontronazo con la crítica. Petersen intenta darle un regustillo retro a la película con una dirección clásica. En cambio se sobrepasa en algunos momentos con incomprensibles ralentís en primeros planos y zooms pasados de moda. Bien es cierto que subsana pronto esos errores y asume con firmeza un ritmo adecuado, narrando la historia correctamente. Clava los planos generales en las batallas, diferenciando los bandos y personajes principales entre la meleé, aunque algún frenético movimiento de cámara en los primeros planos del combate sobraba. Salvo algunos escenarios exteriores demasiado sosos (tal vez debido a una apuesta por el realismo) Petersen realiza un buen trabajo como narrador, defendiéndose bien entre semejante número de personajes encarnados por actores de postín.

Al frente de semejante elenco de estrellas se sitúa Brad Pitt, actor de indudable tirón comercial. Pitt es un buen actor, pero tiene en su carrera dos vertientes claramente diferenciadas: la primera se centra en escoger personajes complejos y que intervienen en historias trabajadas, como pueden ser 12 Monos, Seven o El Club de la Lucha, y en menor medida Spy Game o Snatch. Es en estos papeles en los que demuestra todo su talento interpretativo, que no es poco. La otra, y tal vez la que más beneficios palpables le ha reportado (lejos de lo artístico) es la de galán o reclamo publicitario. Muchas han sido las películas que han usado a Pitt como una atractiva cabeza de cartel.

La interpretación de Pitt en Troya no pasará a la historia, pero su presencia ha marcado la película. Su personaje, Aquiles, se convierte en el centro de la historia y en absoluto protagonista de la obra, limitando el tiempo en escena de otros personajes de su mismo calado. Aquiles es en Troya un hombre de acción de tintes superheroicos con fanfarria anunciatoria incluida. Aquiles lidera a sus hombres a través de la batalla, rescata a la chica y luego se la liga sin ninguna dificultad. Es más guapo, más fuerte y más afortunado que sus enemigos. Es un personaje totalmente concupiscente y obcecado, soberbio y prepotente, que se hace aborrecible desde la primera escena. Pitt, sin embargo, le aporta cierta profundidad en algunos momentos, intentando mostrar su ansia de gloria, las contradicciones internas por las que atraviesa y su oculta humanidad. Lástima que el hálito de superioridad que desprende y su look a lo Vigilantes de la Playa no convenza.

Con Aquiles derrochando puntos de carisma, es inevitable fijar la vista en el mejor intérprete de la película: Eric Bana, que consigue sacar lo mejor de su Héctor. Bien es cierto que el personaje es la pura definición de la épica: es un hombre de honor, arrastrado por las decisiones equivocadas que otros toman, un esposo fiel preocupado por su familia, un guerrero temible pero honorable, un gobernante respetado y cargado de una bondad desbordante. Bana crea un retrato perfecto de los conflictos por los que atraviesa su alter ego, mostrando un extensísimo número de registros a cada cual más acertado, que alcanza sus momentos cumbre en las conversaciones que mantiene con su esposa, en la definición del duelo de Paris y en la catarsis final del personaje. Bana convierte a Héctor en un personaje humano, que aunque suene a perogrullada, es algo difícil de ver hoy en día.

Junto a Bana aparece Orlando Bloom, estrella en ciernes que ha conseguido una gran fama de forma meteórica gracias a su participación en tres grandes superproducciones: El Señor de los Anillos, Piratas del Caribe y la propia Troya. Curiosamente Bana y Bloom coincidieron en Black Hawk Derribado de Ridley Scott. Si bien el primero gozó de muy buenas críticas, Bloom pasó desapercibido (también es cierto que su personaje era ínfimo). Lo mismo podría haber pasado en Troya si Bloom no se hubiera creado ya un nombre dentro del mundo del cine actual. El joven actor encarna a Paris, y si el personaje es un cobarde con pretensiones de héroe, lo mismo se puede decir de la interpretación de Bloom. Otra cara bonita que deberá mejorar muchos aspectos si quiere consolidarse. Por lo pronto repetirá con Scott en Kingdom of Heaven en un papel protagonista. Increíble la afición del chico por las películas de alto presupuesto.

La pareja cinematográfica de Bloom (Paris) en la cinta es Diane Kruger (Helena) que cumple el requisito fundamental de mostrar un físico digno de la “mujer más bella de la Tierra”, pero que peca de novata en algunos momentos. Si mejora como actriz, no le faltarán papeles, porque su atractivo físico (impresionante) la convierte en un gran reclamo. Sean Bean (Ulises) hace uno de los trabajos más sobresalientes entre el reparto plagado de registros y dotando de identidad a su personaje en el poco tiempo del que dispone. Brendan Gleeson (Menéalo), atrapado en papeles de bonachón o de bruto, compone un personaje a partir de ambos atributos. Brian Cox comienza bien en su papel de un Agamenón megalómano, pero acaba excediéndose y olvidando la sutilidad para caer en una especie de locura interpretativa.

Peter O’Toole (Príamo) realiza un buen trabajo con toques de genialidad, pero no parece que le vayan a dar el Oscar que esperaba ganar por su trabajo. (aunque cosas más raras se han visto en la gala de la Academia, si no que se lo digan a Marisa Tomei). Saffron Burrows (Andrómaca) da un creíble contrapunto a Bana, su esposo en la película, y juntos consiguen crear la relación de amor más humana, creíble y atractiva de las tres, robando el protagonismo a la de Paris y Helena, que a pesar de que debería ser el motor de la historia, carece de fuerza y pasión. Rose Byrne (Briseida) realiza un trabajo serio pero que pasa desapercibido entre el de sus compañeros, aunque tal vez sea el mejor de las tres féminas ya que la presencia de Julie Christie en el filme, la cuarta en discordia, es puramente testimonial. Y por último Tyler Mane, al que no se le puede juzgar su Ayax con las dos frases que pronuncia. Algo semejante a su Dientes de Sable en X-Men: personaje monosilábico y únicamente físico.

Componer la música de Troya ha sido trabajo del omnipresente James Horner, creador de muchas de las más conocidas scores de los últimos tiempos. Horner es un creador prolífico pero polémico. Muchas veces se le ha acusado de plagio descarado o de falta de interés, aspectos que ha combinado con creaciones de gran belleza (como su anterior trabajo, Casa de Arena y Niebla, nominada al oscar este año). Desgraciadamente su trabajo en Troya pertenece al primer grupo, y pone todo su esmero en copiar el bello canto de Lisa Gerrard en Gladiator y en crear un par de fanfarrias militares carentes del lirismo que necesita la película. Resulta sorprendente que Horner se empeñe en imitar la obra de otros, cuando curiosamente sus mejores temas han sido los que ha creado por sí mismo. En Troya los ecos Zimmerianos se hacen demasiado evidentes como para ignorarlos y no caer en odiosas (y perjudiciales para Horner) comparaciones.

O.K: El extenso reparto plagado de estrellas.
El personaje de Héctor y el impresionante trabajo de su intérprete, Eric Bana.
La batalla ante las puertas de Troya y el duelo que la precede.
La verosímil relación de amor entre Héctor y Andrómaca.
La fuerza de la historia que la inspira, llena de escenas impactantes.
El ritmo que mantiene la dirección.

K.O: El personaje de Aquiles y su excesivo protagonismo.
Que no se haya respetado la historia original como para al menos haber dado el justo protagonismo a cada personaje.
La banda sonora.
Que con todo a favor sea incapaz de conmover al público.

Conclusión: ¿Qué es lo que le falta a Troya para ser una película de culto? ¿Una obra maestra recordada a través de los tiempos? Le falta el principal rasgo de la épica: Conmover. Troya carece de un momento mágico que la dote de identidad, de una escena que coloque un nudo en la garganta de los espectadores. Troya no tiene a Wallace arengando a un grupo de campesinos para convertirlos en héroes, no tiene a Máximo despojándose de su máscara para desafiar al mayor poder de la Tierra... Troya tiene todos los puntos a favor menos el básico: carece de alma.

Es sin embargo Troya la mejor película que hemos podido ver en varios meses (tal vez desde Kill Bill) y por tanto imprescindible dentro del panorama que nos ofrece la cartelera. El futuro viene plagado de películas de la misma temática: ya vemos en el horizonte veraniego el estreno del King Arthur de Antoine Fuqua, en Noviembre Alexander de Oliver Stone y ya para el año que viene Kigdom of Heaven de Ridley Scott y el eterno proyecto de Michael Mann Gates of Fire, basándose directamente en la obra de Frank Miller 300. Esperemos que alguna de estas supere a Troya, ya que aunque esta comparte la máxima de Aquiles de alcanzar la gloria y ser recordada en la eternidad, todo hace indicar que Petersen se daría por satisfecho de ser recordado dentro de unos meses por los miembros de la Academia.

El Efecto Mariposa (2004)

EL EFECTO MARIPOSA (THE BUTTERFLY EFFECT) (EEUU 2004, Drama / Aventuras)
Dirección y Guión:
Eric Bress y J. Mackye Gruber.
Reparto: Ashton Kutcher, Amy Smart, Cameron Bright, Kevin Smichdt, Melora Walters, Elden Helson, Eric Stoltz, William Lee Scott, Ethan Suplee.
Música: Michael Suby.

Valoración: 5/10.

Se cuela entre las superproducciones propias de Mayo esta pequeña película estrenada en nuestro país el 30 de Abril , pero que ha conseguido mantenerse en cartelera hasta esta semana compitiendo en taquilla directamente con las dos grandes producciones estrenadas hasta ahora: Troya y Van Helsing, a la espera de que llegue el 28 El Día de Mañana.

Al contrario que sus competidoras, El Efecto Mariposa no basa su atractivo en unos llamativos efectos especiales o en un extraordinario reparto, sino que la fuente de su fuerza reside en un interesante argumento. Extraída de la teoría del Caos, la hipótesis del Efecto Mariposa afirma que el batir de las alas de una mariposa puede causar un tornado en el otro lado del mundo. Dicho de otra manera, una pequeña acción crea una cadena de acontecimientos que da lugar a una reacción mayor. La película no solo adquiere de la teoría su título, sino también parte de su impactante (aunque no muy original) argumento.

La premisa de la película es muy interesante: Evan es un niño que en los momentos más traumáticos de su vida sufre pérdidas de memoria. Para paliarlas comienza a redactar un diario, que años más tarde, usará para regresar al pasado y cambiar esas secuencias terribles e intentar alterar así su propio destino y el de sus amigos. Sin embargo esos viajes tendrán fatales consecuencias.

La idea dista mucho de ser original, y tanto los viajes en el tiempo como los personajes con problemas de memoria, son conceptos recurrentes en la historia del cine. Sin embargo por mucho que se repita, el tema no pierde un ápice de su atractivo. Y es que ¿cuántas veces no hemos deseado volver atrás en el tiempo para haber dicho algo que nos callamos, para haber callado algo que dijimos, para haber tomado una decisión distinta, un camino diferente?.
El ser humano es decisión, y su vida se compone de múltiples elecciones. Muchas películas han explotado este tema, algunas de las últimas taquillazos como la saga de Matrix (con aquella conversación de Neo con el Oráculo) y películas más pequeñas como la última adaptación de la Máquina del Tiempo. En esta última, Guy Pearce tenía una motivación semejante a la del personaje de Kutcher (Evan), aunque sus viajes tenían diferentes destinos y consecuencias.

Y esa es la clave de la multitud de películas que han tocado el tema: las consecuencias. ¿De qué forma alteraría nuestro futuro un pequeño cambio en el pasado? Es aquí donde vuelve a aparecer el efecto mariposa. Un pequeño cambio podría crear una bola de nieve de acontecimientos, que tal vez variaran de forma brutal la línea temporal. Sí, lo se. Suena a Doc recordándole a McFly las reglas de su viaje justo antes de entrar en el Delorean, pero es inevitable recordar en este tipo de filmes las paradojas temporales que podrían ocurrir en caso de que fuera posible un viaje de este tipo.

El Efecto Mariposa añade otro tema igual de usado en el cine: la pérdida de memoria. El atractivo de un personaje que, al igual que el público, desconoce los derroteros de su propia historia, que debe ir descubriendo conforme avanza la trama, es irrefutable. La confusión que siente el propio personaje se traslada al espectador, creando una atmósfera de puro cine de intriga. Pocas cosas consiguen atar tanto al público a la butaca.

Supongo que los guionistas (también directores) debieron pensar que unir dos temas tan atractivos les daría un éxito rotundo en la historia, que repercutiría en la taquilla. Y así ha sido, al menos en el aspecto puramente económico. El comienzo de la película es arrollador. Si se ha llegado “virgen” hasta la butaca, el espectador se siente confuso e interesado en una serie de escenas rápidas, pero contundentes, que le atrapan irremisiblemente en una trama bien creada. Durante los primeros 15 minutos los directores se encargan de profundizar de manera sutil en la presentación de la película, obviando las sórdidas escenas de la infancia de Evan, apoyados en elipsis obligatorias gracias a las pérdidas de memoria del protagonista. Además, durante estas escenas, se crea un clima y cadencia típico de un drama, que absorbe al espectador y le hace identificarse con el personaje y con las circunstancias por las que atraviesa.

Y es justo tras esos minutos de gracia, cuando se nos dan las respuestas al problema, el momento en el que se desinfla la película. A partir de ese instante todo el mundo sabe lo que ocurrirá, lo que sufrirá el personaje y el desenlace de la historia. La orientación del filme cambia totalmente y se aleja progresivamente del drama para caer en situaciones de comedia para adolescentes y tópicos carcelarios. Es una lástima que un comienzo tan prometedor acabe en una versión mala de aquel capítulo de los Simpson de Homer y la tostadora.

A partir de ese momento, con la trama ya descubierta, el interés se centra en contemplar las fatales consecuencias de los frustrantes intentos por cambiar las cosas que realiza el personaje de Kutcher. Sin embargo las secuencias se acaban por hacer repetitivas y cansadas, y la emoción se va perdiendo con el discurrir del tiempo. Tal vez si esta película se hubiera decantado por mantener hasta el final la atmósfera de drama que desprende en los primeros minutos de metraje, muchas cosas habrían cambiado. Sin embargo, los directores – guionistas (esto suena a final cut impuesto por los productores) se decantan por un final tópico y previsible, digno del decepcionante discurrir del guión.

En la dirección debutan Eric Bress y J. Mackye Gruber, que también se encargan del guión, tal como ya hicieran con la secuela de Destino Final. Si bien son capaces de mantener un buen ritmo durante la mejor parte de la película, se les ha de reprochar que no hayan sacado un mayor provecho de su propio guión. Siempre se supone que un director saca mucho mejor partido de las historias con las que se identifica, y qué mejor que una que han escrito ellos mismos para dar su mejor rendimiento en la dirección. Sin embargo cometen una incomprensible traición a su propia idea con la inclusión de secuencias y diálogos que sacan de situación al espectador, consiguiendo que se tome el asunto cada vez menos en serio.

Si bien, el comienzo es un bonito ejercicio de estilo de cómo crear una buena narrativa sin excesos, aplicando la justa confusión a la historia, a lo largo de la película caen en el abuso de la repetición. Es cierto que las escenas se repiten una y otra vez por necesidades del guión, pero eso no significa tener que repetir los planos. El público es capaz de ubicarse una vez ya conoce las diversas situaciones a las que Evan debe hacer frente, y habría sido interesante que los directores hubieran explotado otros puntos de vista de una misma secuencia, mostrando así todos los aspectos de la misma.

En el reparto destaca el nombre de Ashton Kutcher, conocido en nuestro país por su participación en comedias adolescentes (de esas rebeldes y desenfadadas) y por ser el compañero sentimental de Demi Moore. Hay que reconocerle a Kutcher el intento de cambio que le ha dado a su carrera con esta película, alejándose de los papeles de estúpido joven descerebrado y abordando un personaje de tintes dramáticos. Kutcher cumple durante unos instantes, pero no tarda en despertar al bufón que lleva dentro y acaba por hacer lo mismo de siempre. Y es que la historia universitaria parece una parodia de las anteriores películas de Kutcher, y el chico no puede reprimirse. Veremos lo que puede dar en el futuro interpretando papeles serios, ya que con este Evan ha pagado la novatada.

A su lado aparece la casi desconocida Amy Smart. La carrera de la chica corre en caminos paralelos a la de su compañero de cartel, ya que ha sido interprete de mujeres florero en comedias paródicas (Ratas a la Carrera, Starsky y Hutch, Road Trip). En el Efecto Mariposa realiza igualmente un cambio de registro, dando vida a un personaje destrozado y plagado de traumas, que desgraciadamente ni el guión, ni la propia actriz, explotan mucho. El porvenir de Smart es una incógnita, ya que es usual que gran parte del número de bellas y jóvenes actrices que Hollywood saca cada año, termine en el baúl de los recuerdos o inaugurando tiendas de ultramarinos en su pueblo de origen. Por el momento prepara Blind Horizon, junto a Val Kilmer (revalorizado), Neve Campbell y Faye Dunaway, que se estrenará este mismo año.

De la música se encarga Michael Suby, que al parecer se ocupó de los temas de una película titulada The Real Cancún (¿?). La banda sonora cumple a la perfección el requisito fundamental de acompañar las escenas de la película, pero la melodía es nula. Buena como ambientación, pero no es un disco que uno escucharía por sí solo. Está claro que la meta de una banda sonora no es vender compactos (excepto si le preguntáis al productor), pero siempre se agradecen melodías como las de los maestros Williams, Newman o Zimmer, que al fin y al cabo, son las que imponen la personalidad musical a la película. De todas maneras, buen trabajo de Suby.

O.K: El atractivo de la premisa.
La fuerza rítmica de los primeros minutos, plagada de confusión e intriga.
El ambiente dramático de algunos momentos.
El valiente intento (aunque fallido) de Kutcher por cambiar la orientación de su carrera.

K.O: Que conforme avanza la película, la trama vaya perdiendo fuerza.
La traición de algunas escenas al tono dramático de los primeros minutos.
La presencia de algunos personajes totalmente prescindibles.
La poca fuerza de la relación entre los protagonistas.
El tópico y previsible final, (de libro), a la altura de la historia.

Conclusión: Es una lástima que no se haya pulido más el guión, aspecto a priori fundamental de la película y en el que debería basar su fuerza. La idea es contundente, pero peca de caer en los mismos tópicos que su legión de antecesoras. El Efecto Mariposa es una de esas películas de las que no esperas nada, pero que acaban resultando interesantes en algunos momentos puntuales. Desgraciadamente estos instantes acaban por pasar desapercibidos entre el despropósito en el que se convierte la película. Tal vez no valga la pena pagar el precio de la entrada si se espera algo más que puro entretenimiento, ya que se saldrá del cine decepcionado y con una amarga sensación por otra oportunidad perdida de hacer algo grande con un presupuesto pequeño.

El Efecto Mariposa es una película para pasar un buen rato, pero el que quiera ver una obra maestra sobre la memoria que alquile Memento, y si lo que le gusta son los viajes temporales, que recuerde la saga de Regreso al Futuro. Y para los que esperan del destino algo mejor, se rumorea que el genio Sam Mendes prepara un proyecto sobre mundos paralelos. Esperemos que la idea no termine olvidada en alguna realidad alternativa de un estudio de Hollywood.

viernes, septiembre 09, 2005

El Dia de Mañana

EL DÍA DE MAÑANA (THE DAY AFTER TOMORROW, EEUU 2004, Catástrofes.)
Dirección y Guión:
Roland Emmerich.
Reparto: Dennis Quaid, Jake Gyllenhaal, Emmy Rossum, Sela Ward, Joe Cobden, Jared Harris, Perry King, Kenneth Moskow, Tamlyn Tomita.
Música: Harald Kloser.

Valoración: 4/10

Cada cierto tiempo alguien en Hollywood con mucho dinero y con ganas de ganar aún más, tiene la idea de producir una película de este tipo. El cine de catástrofes es una constante, y dejando de lado thrillers post apocalípticos, en los últimos años varias han sido las producciones de este tipo: En 2003 pudimos ver la desapercibida El Núcleo, y en los anteriores Deep Impact, Armageddon, Turbulence, Twister, Volcano o la sobre valorada Titanic.

Es en estas películas donde podemos contemplar a seres humanos normales, que expuestos a circunstancias extraordinarias, son capaces de comportarse como héroes. A pesar de ser superados por la catástrofe, las personas consiguen sacar lo mejor de sí mismos: su humanidad. El coraje, el sacrificio, el altruismo son los valores expuestos en estos filmes para resaltar que por el contrario somos incapaces cada día, en situaciones más favorables, de dar lo mejor de nosotros mismos.

Pero vamos a ver. ¿De veras se cree alguien eso? Si Hollywood produce estas películas es para dos cosas: ganar más dinero del que invierten y demostrarle a los Indios que por muchas pelis que produzcan jamás van a tener el dinero suficiente como para hacer unos efectos especiales tan chulos. Al contrario de lo expuesto en el párrafo anterior, lo que se busca es darle al público el atracón visual que pide: ver como se destruyen un montón de infraestructuras de las formas más diversas y espectaculares posibles. ¿No habéis visto cuánta gente se reúne para contemplar la demolición de un edificio? Pues esto es algo parecido pero a mayor escala. Y además no tienes que tragar el polvo de los escombros.

Dice Emmerich (gracioso él como nadie) que hizo esta película para concienciar al público sobre los peligros de la contaminación, el efecto invernadero y las terribles consecuencias que podrían causar al planeta. El tema estaba en la palestra debido a que Estados Unidos no firmara el Protocolo de Kyoto, y Emmerich pensó que la opinión pública debía ser avisada de la catástrofe que podría llegar. No vamos a cuestionar sus motivaciones a la hora de hacer la película, pero si quería crear conciencia bien podría haber hecho un drama sobre una persona que sufre un melanoma debido a la destrucción de la capa de ozono, o las vicisitudes por las que atraviesa un granjero debido a las sequías producidas por el calentamiento global.

¿Qué es lo que pasa? Que esas historias no venden, y eso a Roland no le gusta. No le gusta pero que nada. Así que decidió hacer algo superior, más grande, una catástrofe a gran escala. Y así fue como nació El Día de Mañana. La película narra las consecuencias que tendría a día de hoy la llegada de una nueva glaciación causada por el cambio climático provocado por la contaminación. Una catástrofe que no dejaría a nadie al margen y que afectaría especialmente a los países ricos del hemisferio norte, que se verían obligados a evacuar a su población hacia el cálido sur.

Emmerich, que también escribe la historia además de dirigirla, centra la trama en un científico especializado en paleo climatología (Quaid), que mantiene que en un incierto período de tiempo un cambio climático traerá una nueva glaciación. Una vez confirmadas sus sospechas, tendrá que rescatar a su hijo (Gyllenhaal) atrapado en la gran ciudad de Nueva York. Como se puede apreciar, la historia no es nada original y confirma una de mis más terribles sospechas. Algo que siempre temí descubrir y que el gran público debe conocer. Cueste lo que cueste. Pese a quien pese. Caiga quien caiga.

En lo más profundo de un oscuro estudio de la ciudad de Los Ángeles hay una sala secreta aún más oscura que pasa desapercibida a la vista de los extraños. Dentro hay una gran supercomputadora capaz de mover el más potente de los programas que gestiona la mayor base de datos jamás creada. Esa máquina (da miedo decirlo) escribe guiones. Sí amigos, el usuario elige una serie de opciones y la Máquina Guionizadora escribe la historia a la medida de lo solicitado. Pocos conocen la ubicación de la Máquina, y Roland es uno de ellos.

Hace unos cuantos meses Emmerich visitó el lugar, y colocándose ante la imponente Máquina la susurró sus intenciones en un inimitable acento germánico: “Verás Máquina, quiero hacer una peli de catástrofes de esas que tanto me gustan, pero tienen que ser catástrofes naturales causadas por el clima eso sí. Así que olvídate de marcianitos invasores, de meteoritos y de barcos que se hunden. Ah, y nada tampoco de terremotos ni volcanes, que está muy visto últimamente. Luego quiero una historia de amor adolescente entre una chica-que-tienes-que-rescatar y un chico-callado-pero-valiente, pero sólo de sub trama. De prota quiero a un científico-durezas-que-tiene-razón-pero-que-es-ignorado-por-todo-el-mundo. Sí, ya, ya se que eso lo meto en todas mis pelis, pero ¿has visto lo bien que me va?. Entonces ya está ¿no?. ¿Cómo?. ¿Qué eso sólo da para media hora?. Pues rellénalo con los tópicos de siempre: animales furiosos que se quieren comer al reparto, pequeñas historias intrascendentes, políticos que son incapaces de escuchar pero que en el fondo son buena gente, posibles relaciones de amor entre secundarios y un montón de personajes-que-mueren. Muchos, muchos de esos que hacen que el público se conmueva y suelte un “Vaya, pero qué pena”.”

En ese instante la Máquina Guionizadora escupió el resultado impreso y encuadernado (para que se note lo bien que hacen las cosas los americanos) a las manos de un excitado Emmerich. Roland leyó el título, bien centrado en la portada, en letra Arial de 18 puntos, negrita, cursiva y subrayada: “The Day After Tomorrow” decía. Y Roland rió. Rió a carcajada limpia porque sabía que ya tenía película. Pero cometió un error: como máquina que es, la Guionizadora no puede salirse de unas pautas marcadas, y lo acaba haciendo todo igual. Pero tranquilos, ya están trabajando en la versión 2.0.

Esta es la única razón que se me ocurre para explicar que el Día de Mañana cuente la misma historia de siempre. Vale que en una catástrofe la gente saque lo mejor o lo peor de sí misma, y que esos miles de historias estén plagados de hechos interesantes. Sin embargo en la película sólo vemos historias heroicas, plagadas de valentía y entendimiento entre los afectados. Emmerich nos muestra unos personajes que son lo mejor de cada casa. Nadie aprueba una actuación maléfica en estas situaciones, por supuesto, pero es que tal vez la presencia de un personaje algo más “maligno”, humano, que valorase su supervivencia por encima de la de los demás, habría resultado más realista. Que es que no todo el mundo es tan bueno ni tiene un familia de héroes.

Otro grave error de la historia es que se centre en los acontecimientos que suceden en un solo país: Estados Unidos. Emmerich siente pasión por las barras y estrellas y así se esmera en demostrarlo en cada una de su películas. La catástrofe que se trata es un problema global, y habría sido muy interesante contemplar las medidas a tomar conjuntamente por gobiernos de distintos países, los cambios en las prioridades políticas, las pautas que darían a su población a modo de protección, los operativos que pondrían en marcha... Roland nos muestra políticos en principio incrédulos y soberbios, pero que, cómo no, resultan al final ser grandes Padres de la Patria y buenas personas en general. A pesar de buenos puntos de crítica, como la salida de Kyoto de los USA o la inmigración invertida de asustados americanos al vecino México, el resto resulta demasiado obvio y usado como para resultar atractivo.

Así que la historia cae en continuos tópicos, tramas previsibles y secuencias típicas de el-amigo-del-prota-que-muere, que pretenden conmover y que tal vez lo consiguieran si no te lo esperaras desde el principio. Todo esto demuestra que la faceta de director de Emmerich está muy por encima de su faceta como escritor. Su carrera como realizador está marcada por las supermegaultraproducciones de efectos especiales. Emmerich tuvo su primer éxito comercial con Stargate (dejemos de lado Soldado Universal, por favor), una buena película de ciencia ficción que aún hoy tiene su atractivo. Sin embargo el bombazo comercial lo consiguió con Independence Day, donde se le empezaba a ver el plumero, cosa que confirmó con su terrible Godzilla (no terrible el monstruo, sino la película). Ahí Roland demostró el placer que le produce destrozar por el método que sea la ciudad de Nueva York. Como si los neoyorkinos no hubieran tenido suficientes catástrofes.

A pesar de su obsesión maniática de homenajear la ciudad de la Gran Manzana de un modo muy distinto al de Woody Allen o Scorsese, Emmerich no es un mal director. Vamos, tampoco es la cúspide de la realización cinematográfica, pero se defiende muy bien en películas del estilo de D.A.T. (más que nada porque no ha hecho de otro tipo) y es capaz de usar de una manera muy eficaz los efectos especiales que se ponen a su disposición. En Day After Tomorrow nos ofrece el espectáculo destructivo de ver varios tornados arrasando con todo detalle Los Ángeles (adiós al mítico letrero de Hollywood) y un tsunami barriendo Nueva York, que son sin duda lo mejor de la película.

Lo peor de Emmerich como director es que cometa errores tontos debido a las malas pasadas que le juega su propia historia. Como que ubique mediante el diálogo, un letrero sobre la pantalla y paisajes característicos de cada lugar al público, creando una redundancia que le hace sentir a uno estúpido. O como que alguien (los reporteros sobran) narre lo que estamos viendo en pantalla sin aportar más información que la evidente. Vale que pueda ser para enfatizar lo que vemos, pero da la sensación de estar leyendo uno de esos cómics de los cincuenta en los que en una viñeta aparecía un hombre disparando a otro y el narrador explicaba “El pillo dispara al hombre sin contemplaciones.” Además Roland sigue abusando de planos-homenaje a la bandera de su país adoptivo sin enterarse de que bastante la vemos ya por el telediario. Ah, y algunos de los momentos de la gran ola parecen sacados directamente de Independence Day, a los que han quitado el rayo extra terrenal y le han añadido agua.

El reparto viene encabezado por Dennis Quaid, actor de irregular carrera marcado por el “no” que dio a la hora de aceptar encarnar al galán de Oficial y Caballero, personaje que encumbró al conocidísimo Richard Gere. Quaid toma el testigo de manos de Jeff Goldblum (Independence Day) y Matthew Broderick (Godzilla) en el papel de científico ninguneado que conoce perfectamente al enemigo. Lejos de salirse de los clichés del personaje, Quaid cae sin reparos en ellos y realiza una interpretación muy alejada de sus últimos éxitos de crítica (como la de Far From Heaven). A su lado aparece Ian Holm, gran actor desaprovechado en la película, insertado en un personaje arquetipo del anciano-científico-comprensivo y aislado en una trama sin salidas.

Uno de los aciertos del filme es confiar en dos caras jóvenes del panorama cinematográfico. Jake Gyllenhaal lleva tiempo dando guerra y se afianza poco a poco pero con fuerza, en la lista de actores más prometedores. Lo siguiente es un western atípico, Brokeback Mountain, junto a Heath Ledger y Ann Hathaway dirigido por Ang Lee. Acompaña a Gyllenhaal la dulce Emmy Rossum, que al igual que su compañero apunta muy buenas maneras. La joven (17 años) participó en la enorme Mystic River dando vida a la hija de Sean Penn, y prepara El Fantasma de la Ópera junto a Gerard Butler, a las órdenes de Joel Schumacher. Rossum está en plena proyección, eligiendo personajes de cada vez mayor peso en el metraje y en El Fantasma se atreverá con su primer trabajo como protagonista. Lo único que les puede aportar a ambos El Día de Mañana es dar a conocer su nombre gracias a la superproducción, ya que a nivel interpretativo quedan atrapados en una historia mil veces vista, en la que Rossum encarna a la chica-que-tienes-que-rescatar y Gyllenhaal al chico-callado-pero-valiente.

En la composición de la partitura Emmerich apuesta por el paisanaje y encarga la música a Harald Kloser. Kloser realizó la música para la pre-Matrix Nivel 13, y tiene una larga trayectoria como compositor en la televisión. El alemán nos deleita con una tranquila melodía que repite con acierto en las escenas más pausadas. Además ambienta la película acertadamente y sin las estridencias típicas de este tipo de filmes. Buen trabajo de Kloser que tiene ahora en mente las notas para Aliens vs Predator.

O.K: -Los impactantes efectos especiales. (El tsunami y los tornados, impresionantes).
-Puntuales críticas políticas con un poco (muy poco) de mala leche.
-Que se note en el resultado el enorme esfuerzo económico de la producción.
-La oportunidad de ver en acción a dos jóvenes promesas: Rossum y Gyllenhaal.

K.O: -La historia, totalmente previsible y repetida hasta la saciedad.
-La presencia de multitud de tópicos tanto en situaciones como en diálogos.
-Que todos los personajes sean puros arquetipos sin profundidad.
-Momentos de pura comedia como la escena del Hielo Perseguidor o frasecitas al estilo de “USA perdona la deuda a latino América”. Tronchante.
-El encasillamiento total de Roland Emmerich en películas de este tipo.
-La manía de Roland por destruir (en la ficción) a la castigada (en la realidad) ciudad de Nueva York. Es que ya son ganas de cebarse.
-Que en algunos momentos (sin efectos de por medio) ni siquiera sea capaz de entretener.

Conclusión: Era de esperar este resultado en una película que no decepciona porque en ningún momento es capaz de crear buenas expectativas. Emmerich realiza otro trabajo en su línea y en el filme no hay nada sobresaliente a excepción de los efectos especiales. En otras palabras, es un modo diferente de vender lo de siempre.

Es de esperar que el día de mañana nos traiga montones de nuevas producciones de este tipo, sin embargo mantengamos la esperanza de ver una película de catástrofes y no (como en este caso) una catástrofe de película.

Van Helsing

VAN HELSING (EEUU 2004, Acción)
Dirección y Guión: Stephen Sommers.
Intérpretes: Hugh Jackman, Kate Beckinsale, Richard Roxburgh, Elena Anaya, Silvia Colloca, Schuler Hensley, Will Kemp, Josie Maran, Kevin J O’Connor.
Música: Alan Silvestri.

Valoración: 4/10


Ya llegó Mayo, mes del cine de palomitas por excelencia, y como cada año nos trae un gran número de películas comerciales de gran presupuesto. Esta temporada Hollywood intenta atraparnos con tres de sus proyectos más ambiciosos: Van Helsing, Troya y El Día de Mañana, que a priori no tendrán dificultades para atar a un gran número de espectadores a la butaca del cine. Para abrir boca el día 7 se estrenó mundialmente Van Helsing, que como ya nos advertía el trailer, es una película de Stephen Sommers

Partamos de un hecho evidente e irrefutable: Stephen Sommers no es un director genial. Ni si quiera es un gran director, ni un buen director. Siendo misericordiosos diremos que Stephen Sommers es un director de cine. Y punto. En sus películas, la narrativa brilla por su ausencia, es errático en los planos, no sabe sacar las mejores interpretaciones de sus actores y acapara presupuestos bestiales.

¿Qué ha hecho triunfar entonces a Stephen Sommers? Una sola cosa: conoce EL SECRETO. Un SECRETO que por extraño que parezca, ha convertido a John Woo en un director admirado, a Michael Bay en un rompedor en taquilla y al propio Stevie en benefactor de 150 millones de dólares para que rodara su Van Helsing.¿Y Cuál es ese SECRETO? Es, como todas las ideas geniales, algo muy sencillo.

Lo primero es coger una idea que todo el mundo ya conozca, un concepto casi universal y familiar, que todo el mundo tenga metido en el fondo de su cabecita. Un concepto como la Momia, el Conde Drácula o Frankenstein. A continuación se coge esa idea, se escribe un guión de plantilla, se le meten efectos especiales por doquier, se contrata a una pareja de guapos actores, se cuida en homenajear a los clásicos del género, se hace un trailer bien guapo con música cañera de fondo, y ya está. Ahora sólo hay que crear un poco de expectación, esperar que la gente pique y a llenarse los bolsillos. ¿No es genial?. Lo es. Y Van Helsing es una clara representación de cómo aplicar EL SECRETO.

Sommers ha secuestrado (no rescatado) del baúl de los recuerdos a Abraham Van Helsing, personaje creado por Bram Stoker en su archiconocida novela Drácula. Como el vampírico Conde ha visto multitud de adaptaciones, nuestro amigo Stevie se decanta por darle el protagonismo a un personaje secundario, pero extremadamente atractivo en el libro. Van Helsing es en la novela, y en la adaptación de Coppola (la mejor y más reciente del clásico, obviando la de Wes Craven por motivos evidentes, seamos serios) un sabio anciano que combate con sus conocimientos y su ingenio al reino de las tinieblas. Para vislumbrar la verdadera naturaleza del personaje, recordemos que fue interpretado por un envejecido Anthony Hopkins, muy alejado del físico y método que muestra Hugh Jackman y cercano a la idea de Stoker.

Y es que por obra y gracia de Stevie, Van Helsing se llama ahora Gabriel y no Abraham. Y es que Gabriel era un ángel, es más comercial y a la hora de escribirlo no tienes que fijarte en dónde meter la hache intercalada; no como Abraham, que no deja de ser un pringado al que Dios gastó una bromilla de mal gusto con aquello de “mata a tu hijo”. Gracias a la originalidad de S.S. Van Helsing ya no es un anciano respetable, sabio, misterioso, inteligente y, de algún modo, aterrador. Gabriel es ahora un joven, musculado, impaciente, armado hasta los dientes y vacío de personalidad y atractivo.

Da la impresión de que la película se basa en una idea que pueda tener un niño de 14 años tras leer el libro: el Van Helsing este mola, pero lleva muy pocas armas y lucha muy poco. Estaría chulo que fuera armado hasta los dientes, con una ballesta, o mejor, una ballesta – ametralladora, y se peleara con el Conde Drácula y con muchos, muchos, muchos más bichos feos como él. Vamos, convertir a Van Helsing en un G.I. Joe.

Una vez demacrado el personaje, sólo queda escribir una historia. O mejor aún, una serie de situaciones. Y es que si en algo Steve es peor que dirigiendo, es sin duda escribiendo. La historia no pasa de ser la tópica trama de tipo duro con oscuro pasado encuentra a chica dura e increíblemente atractiva, con la que al principio se lleva mal, pero de la que sin saber como acaba enamorándose. Juntos deben luchar contra un enemigo muy malo y muy poderoso que tiene una motivación tan novedosa como la de conquistar el mundo. Luego sólo falta el amigo gracioso del héroe, el patético esbirro del malo, el villano bondadoso, el bueno que cae en las garras del mal y un montón más de tópicos que no merece la pena mencionar.

Para intentar cuadrar la historia, nuestro guionista – director – productor, se sirve de continuos trucos carentes de ingenio, tales como el por qué del plan de Drácula, el pasado de Van Helsing, la única forma en la que se puede destruir al Vampiro, la salvación del protagonista y sobre todo, el hecho de que matando al Conde se destruyen a todos los infectados por él. Todo es previsible y la trama se dirige a cada minuto a un pozo cada vez más profundo, del que sólo sabe salir mediante indignos truquillos. Esto es de esperar si tenemos en cuenta que el chico se sacó el guión de Deep Rising de un reportaje del Discovery Channel sobre pulpos abisales.

Un punto a favor de la película, más bien EL punto a favor de la película, es su impacto visual. Si Sommers sabe hacer bien algo es crear planos impactantes, de fondo de pantalla del escritorio del ordenador, de portada de videojuego, de póster. Además se apoya continuamente en unos magníficos efectos especiales creados por ILM (la de George Lucas, sí) y en una fotografía adecuada, capaz de mostrar bellos paisajes y de crear una excepcional ambientación. Además Sommers mantiene un ritmo trepidante, de anuncio de televisión, que no deja en ningún momento que el ojo del espectador se relaje. Van Helsing es un videoclip de acción de dos horas de duración.

Es una lástima que todo el talento de Sommers como director resida en su capacidad para hacer un par de planos chulos por escena y por machacar con un ritmo frenético al público. Bien es cierto que sabe mantener el entretenimiento en todo momento y que en ningún instante la película es aburrida, pero se empeña en repetir planos sin peso narrativo y obvia los más importantes. Todo parece mal montado, como si se hubiera hecho con prisa, se hubiera querido suprimir metraje o como si todo el equipo hubiera perdido interés en el proyecto conforme avanzaba el rodaje.

Al frente del reparto destacan dos nombres: Hugh Jackman y Kate Beckinsale. Jackman repite en el papel de héroe de oscuro pasado, muy semejante al que le diera la fama en X-Men, en la que encarnaba al carismático Lobezno. Sin embargo, resulta asombroso que el australiano, que tardó años en desencasillarse de sus papeles de galán en comedias románticas, haya caído de nuevo en la misma trampa. Jackman no acaba de explotar, y tras haber rechazado papeles en películas del calibre de James Bond, Star Wars e Indiana Jones, apuesta por seguir interpretando personajes de dudoso transfondo. En esta “Van Helsing”, tiene la dificultad añadida de que el guión no da pie para una interpretación aceptable, cosa que sí tenían las dos películas de Synger. De modo que Jackman se acomoda y realiza una interpretación digna de Steven Seagal, con un rostro demasiado impertérrito y muy poco expresivo. A este actor hay que pedirle mucho más, porque puede darlo.

Con Jackman en la nube, todo el peso de la película recae en los frágiles hombros de Kate Beckinsale. Y pasa lo que tiene que pasar: que sus hombros no aguantan. Beckinsale ha dado un giro semejante al de Jackman en su carrera, y se alejado de papeles románticos (Serendipity, Pearl Harbor) para asumir roles de heroína vampírica (Underworld, Van Helsing). Beckinsale cumple, y hace lo que Sommers la encomienda: lucir su belleza con esa ropa de Dominatrix victoriana, mostrar un acento eslavo en la versión original y acompañar al héroe en todas las estupideces que comete. La chica lo intenta, pero es imposible. El peor sin duda es Roxburgh (Drácula), que acentúa el histrionismo paródico de un personaje que se supone, debería ser aterrador. Destacar la presencia de nuestra paisana Elena Anaya. Si bien poco podemos sacar de su interpretación camuflada por el efecto visual y la carencia de diálogos inteligentes, cabe resaltar que haya participado en una superproducción acaparando un gran tiempo en escena. Y sí amigos, Kevin J O’Connor (Igor) es el compañero traidor de Brendan Fraser en The Mummy. Para que se vea que si algo respeta Sommers, es la amistad.

Uno de los mayores entretenimientos que ofrece la película es el de ir encontrando todos los homenajes (seamos bondadosos y olvidemos la fea palabra “plagio”) que Sommers mete a lo largo del metraje. El filme comienza con una gran escena en blanco y negro que evoca al clásico de Fankenstein, con ese mítico molino en llamas que ya homenajeó Tim Burton en su Sleepy Hollow. El valor que tenía Burton es que su película, pese a ser de igual género, era de distinta temática. Aquí Sommers simplemente plagia (vaya, ya lo he dicho) la escena completa, metiéndola con calzador en su historia. Si a esto le sumamos continuas referencias a Indiana Jones (el mapa de los viajes, el momento en el que Jackman pone el sombrero a nuestra Kate, la estética del propio Van Helsing, esos balanceos en la cuerda – látigo) y guiños a éxitos como el Señor de los Anillos (con el diseño de columnas y puentes en la guarida del Conde), la Liga (ese Mr Hyde mejorado), Matrix (giros acrobáticos en el aire), Star Wars (Los Duerguis no son más que versiones impías de los amigables Ewoks) y James Bond (ese taller de armas en el que sólo faltaba un “No toque eso, señor Bond” y sobraba el musulmán electrocutado), empezamos a ver que Sommers nos está timando. Y si aún no estábamos seguros, ahí tenemos el final Rey León que lejos de conmover, da risa, pena y algo de rabia.

De la música se encarga Alan Silvestri, creador de temas tan conocidos como el de Depredador, Regreso al Futuro, Forrest Gump o Náufrago. El músico se dio a conocer de la mano del gran Robert Zemeckis, del que es compositor habitual. Sin embargo Silvestri ha caído en las redes de Sommers (que tuvo en la Momia a su lado al mítico Jerry Goldsmith) para el que crea una banda sonora en principio atractiva, pero cuyo tono monotemático y repetitivo acaba por resultar una lacra demasiado grande para que la música no termine por resultar estridente y aburrida. A la altura de la película.

O.K: La sublime belleza y el intento de buen hacer de Kate Beckinsale.
El Mr Hyde mejorado respecto al de la Liga.
La fuerza visual del conjunto de la película gracias a su fotografía y efectos especiales.
El interesante comienzo en blanco y negro.
El entretenimiento que ofrece.
Que desde el principio se advierta el tono paródico.

K.O: La nulidad narrativa.
El guión (aún no se ha determinado si lo hay).
Que los diálogos más inteligentes sean los de Frankenstein (el monstruo, no el doctor).
Las irrisorias apariciones del personaje de Drácula y sus novias.
Los tópicos y homenajes continuos.
Que Hollywood invierta millones en hacer lo mismo de siempre y no tenga dinero para apoyar obras más impactantes de los nuevos talentos.

Conclusión: Van Helsing es una película mala y únicamente recomendable para ver con los amigos en un día de lluvia, en el que no pongan nada por la tele y no tengamos un buen libro o cómic que leer. El único fin es pasar un buen rato riéndose de la parodia permanente que es la obra de Sommers, y si uno se deja el cerebro (ya que no se espera un reto intelectual) y el corazón (el dramatismo es nulo) en casa puede que llegue a pasar un buen rato.

Se prevé que Van Helsing sea un éxito comercial y que destroce la taquilla (este es el resultado imprescindible a la ecuación del SECRETO), pese a que el estreno de Troya le puede causar serios estragos. Esperemos que con el dinero que ganen se hagan tres o cuatro películas pequeñas de bajo presupuesto pero plagadas de talento, y no una secuela (previsible) de semejante monstruo. En fin, que si Bram Stoker levantara la cabeza, Stephen Sommers enviaría a su Van Helsing para que se la volara.