Hope Arts: Críticas

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Lugar: Cantabria, Spain

domingo, septiembre 11, 2005

Blueberry: La Experiencia Secreta

BLUEBERRY: LA EXPERIENCIA SECRETA (BLUEBERRY: L´EXPERIENCE SECRETE, Francia - Reino Unido - México 2003, Western Lisérgico.)
Dirección:
Jan Kounen.
Intérpretes: Vincent Cassell, Michael Madsen, Juliette Lewis, Geoffrey Lewis, Colm Meaney, Djimon Hounsou, Tchéky Karyo, Ernest Borgnine, Nicole Hiltz.
Guión: Matt Alexander, Gerard Brach, Jan Kounen.
Música: François Roy.

Valoración: 2/10.

Puntitos blancos, puntitos amarillos. Un escorpión de 2 metros descansa en la cama mientras lee el último número del Hola. Un elefante rosa vestido con frac toca con trombón una versión punk de la Traviata. Las pompas que salen del instrumento levitan con levedad por delante de la portada de 300, hasta que el casco de hoplita se gira y grita con voz grave “¡Paréntesis!”. Vamos a ver. En estos momentos aún me encuentro sumido en un estado de confusión y cabreo que tal vez me impida desempeñar funciones básicas como hablar, escribir o atarme los cordones de los zapatos sin que se me quede un dedo atrapado entre ellos, pero se ve que estos instantes, homenaje a las pupilas dilatadas, son los de mejor inspiración. Y si no os fiáis, preguntadle a Kounen.

Se supone que ahora debería venir un párrafo a modo de introducción sobre el western. Sobre Peckimpah, Leone o Ford. Se debería mencionar a Eastwood, a Cooper y a Wayne. Balas, colts, riendas, cabelleras y lazos. Plumas y sombreros. Oh sí. Se podría hablar de esto y de muchos otros aspectos de un género usado para albergar todo tipo de historias y personajes. Pero nos quedaremos con las ganas de tratar sobre esas películas de indios, bandidos y vaqueros. Dejaremos aparte los asaltos al tren, las emboscadas a la diligencia, los ataques al fuerte, los robos del banco, las peleas de salón, los duelos al amanecer, las partidas de ganado y las galopadas hacia el horizonte. “¿Pero qué dice este tío?”, pensaréis, “¿acaso no es Blueberry la pura definición de western?”.

Y efectivamente, así es. Sin lugar a dudas el cómic encaja a la perfección con el concepto de historia del far west, pero no así la película. Tal vez muchos seguidores hayan acudido al cine esperanzados con ver una adaptación cinematográfica de las aventuras del famoso teniente pero, y esto es un aviso, no es eso lo que se encontraran. Lo que aparecerá en la pantalla será una obra post moderna, pedante y mega guay creada por gente que cuando habla se cuida de soltar un par de galicismos por frase (dejando de lado que sean o no franceses), que compra mobiliario con forma de genitales y que tiene colgado de la pared de su salón un cuadro pintado con vómitos.

Así que dejemos algo claro: la película y el cómic no tienen absolutamente nada que ver, y su único parecido reside en el nombre de su protagonista. Nada más. Punto. Por tanto nos centraremos en la película, dejando al pobre cómic en paz que bastante ha sufrido viendo su nombre mancillado de esta manera. La historia comienza con un Blueberry adolescente y virginal que es seducido por una bella prostituta. Una vez concluido el debut sexual de Mike, son sorprendidos por el siempre malvado Madsen en una escena que recuerda demasiado a los flashbacks de Lee Van Cleef en “La Muerte Tenía un Precio”. Súbitamente se corta la escena (recurrente misterio traumático en la película) y Mike huye saltando por una ventana. A pesar de su heroico acto, no puede evitar salir malherido y es recogido por unos indios, que mediante un tratamiento a base de plantas alucinógenas, consiguen salvarlo. Años más tarde, con Blueberry convertido en marshall de Palomito (¿De verdad todas las ciudades fronterizas tienen nombres tan ridículos?), un grupo de (no sé muy bien cómo definirlos) bribones intentará encontrar las montañas sagradas de la tribu. El defensor de la ley, atrapado entre dos culturas, deberá mediar en el inminente conflicto.

Hasta aquí todo parece bastante normal. Un poco cutre, pero nada que no se haya visto. La típica historia del oeste de “mataste a mi chica, Johnny. Más te vale conservar tu rapidez con el revolver.” Pero no. No es eso ni por asomo. Lejos de venganzas o tiroteos la historia se centra en los efectos de las drogas indias como medio de transporte hacia el más allá. Sí gente. Habéis oído bien. Se ve que Kounen (director de la ¿película?) es uno de esos tíos que llevan camisetas con inscripciones como “Fui el primero en probar el LSD”. El realizador francés incide constantemente en el trauma que le causó al protagonista la muerte de la prostituta, pero en vez de resolver el asunto a tiros como todo buen cowboy que se precie, se decide por crear una solución mística.

Todo esto pasa por un duelo entre contrincantes dentro de un mundo espiritual auténticamente nativo americano. Y claro, uno no empieza a ver animalitos en CGI, serpientes de 20 metros ni árboles con cabezas humanas en lugar de ramas a no ser que la señora de la limpieza se haya pasado con el amoníaco. Así que la finalidad de la búsqueda de las montañas sagradas (que ocupa los primeros 90 minutos del filme, ahí es nada) es la de encontrar el sitio ideal para meterse el chute que les transporte a ese mundo de sueños, que no es ni por asomo un campo de floripondios donde practicar el amor libre, sino más bien una especie de Matrix chamánica.

Hasta ese momento que ocupa los veinte últimos minutos de rodaje, todo son escenas relacionadas con la búsqueda de las montañas y conversaciones pseudo-trascendentales entre Blueberry y su compañero chiricaua (que por cierto se llama Runi, en vez de Toro Sentado o Caballo Veloz) del tipo “Has de buscar tu auténtico espíritu en el más allá, pero sin olvidar el más acá, ya que el más acá no puede vivir sin el más allá y viceversa de lo contrario” “Ya, qué me vas a contar Runi, tío, el problema es que el espíritu es mío pero yo no soy yo.” Adecuados sí que son, ya que con el cuelgue que llevan los protagonistas es comprensible su confusión y la falta de coordinación a la hora de crear frases coherentes, pero no vamos a negar que suena extraño.

A lo largo de esa primera hora y media sólo podemos ver momentos puntuales en los que la película se asemeja a un western, como la ya mencionada primera escena, la pelea entre Blueberry y el indio en el río, el tiroteo en la calle, el asesinato en la hacienda y la huída de la prisión, sin duda la mejor escena de la película. Estas pizcas de peli del oeste se ven mezcladas con una subtrama de película de aventuras con escenas tipo “Adivina quién tiene el mapa”. Sin embargo estos momentos pasan desapercibidos entre una historia aburrida, ligera, mal llevada y mil veces vista. Se nota demasiado durante estas secuencias que esto no es lo que realmente le interesa contar al director.

Capítulo aparte merece la larguísima escena final. Durante esos minutos presenciamos un duelo espiritual entre Madsen y Cassell en medio de un mundo de totems que cobran vida, brillantes cuadraditos amarillos y continuos fundidos a blanco. Todo ello amenizado con frases al mismo estilo que los diálogos y sonidos distorsionados. Al menos entre ello vemos la respuesta (previsible, además) a la escena traumática del comienzo, pero el resto es digno de un salva pantallas de Windows 95. Eso sí, el director se asegura de que el público sienta los efectos de la droga que han ingerido los personajes, provocando en el espectador síntomas como dolor de cabeza, mareos e incontinencia verbal. Todo un experimento social basado en el realismo que conmovería al creador del video clip de Yellow Submarine.

Dejando de lado los efectos que pueda ejercer lo que se vea en la pantalla sobre la salud del público, Kounen realiza un trabajo (casi) impecable en el apartado técnico, sobresaliendo los bellos planos aéreos que consigue de una manera brillante. Buenos planos cortos en algunos momentos e interesantes planos generales con algunos detalles sorprendentes (como el coyote en el momento de la explosión). No se le puede reprochar nada al equipo técnico que completa una labor destacable.

Sin embargo Kounen peca de nuevo de pedantería y repite una y otra vez ralentís y movimientos frenéticos de cámara que recuerdan en algún momento a Giro al Infierno de Oliver Stone. Al contrario que Stone, el francés se empeña en repetirlos hasta agotar al público, por lo que el respetable deja de apreciarlos como se merecerían si se analizaran de uno en uno. Una buena comida debe saciar, no empachar.

Con este panorama es difícil comprender que ha atraído a un reparto tan atractivo para que se decida a formar parte de una obra como esta. Vincent Cassell (francés, pareja de la sensual Mónica Bellucci) es un habitual de películas europeas, pero a su lado aparecen nombres como el de Michael Madsen (icono tarantiniano), Juliette Lewis o Djimon Hounsou (nominado este año al Oscar a mejor actor de reparto por In America). Cassell realiza una buena labor carente de mérito, ya que tanto él como Kounen, se sometieron directamente a los efectos de las drogas indias para “perfeccionar su trabajo”. De todas formas, a pesar de que en un principio pueda parecer que no da el tipo físicamente como encarnación de Blueberry, Cassell consigue una interpretación notable. Como contrapunto al protagonista aparece Michael Madsen, alias Señor Rubio. Madsen hace una vez más del personaje cabroncete y carismático que le hizo pasar a la más reciente historia del cine y que ha repetido hasta la saciedad exitosamente. El protagonismo femenino lo acapara Juliette Lewis, experta en personajes extremos (Asesinos Natos, Días Extraños) y que tiene la moral de marcarse una balada country demostrando sus habilidades canoras como ya hiciera en la película de Biguelow.

Del trabajo del resto de actores poco se puede decir. La presencia de Borgnine parece deberse a aumentar el engaño para hacer creer al incauto espectador que la presencia de un auténtico clásico del género garantiza la calidad. Lo mismo puede decirse de Geoffrey Lewis, aunque tal vez se haya visto condicionado por lo bonito que es trabajar junto a su hija y encima repitiendo en pantalla el fraternal hilo que les une. ¡Qué gran momento para su álbum familiar!. Colm Meaney acapara más tiempo en escena en su papel de compañero problemático del protagonista, pero por el contrario, las apariciones de Hiltz (The Shield), Hounsou (Gladiator) y Karyo (El Patriota) son efímeras. Un gran número de caras conocidas que pasan por el filme sin dejar huella.

Sin entrar en otros calificativos, la música se puede definir como adecuada. Roy se ocupa de crear unos temas ambientales melódicos en los momentos en que la acción transcurre en el mundo real, que calan a la perfección con la imagen. Eso sí, no tarda en contagiarse de la demencia alucinógena del resto del equipo creativo y compone una serie de ruidos distorsionados que acentúan el surrealismo de la imagen y la rayada del público.

O.K.: -La gran labor del equipo en el apartado técnico.
-El reparto cargado de caras conocidas en el que destaca el trabajo de Cassell.

K.O.: -Que no tenga nada que ver con el cómic.
-El engaño a la hora de vender el producto como un western cuando no lo es ni por asomo.
-La práctica ausencia de una trama digna.
-Que la parte más original sea la relacionada con los estupefacientes.
-El desaprovechamiento de la mayor parte del reparto, que daba para mucho más.
-La repetitiva insistencia de Kounen con tomas, zooms y ralentís post modernos.
-La pedantería con la que parte al pretender crear una obra comprensible sólo por sus creadores (y por lo que consuman la misma sustancia).
-Algunos de los diálogos, que pecan de un falso misticismo.
-El tedio absoluto al que somete al espectador.
-El malgasto de un gran presupuesto (para una producción europea) en una obra como esta.
-La falta de honor hacia su título, al no haberse mantenido semejante castigo contra la percepción visual en secreto.
-La demostración empírica de que también se pueden ingerir drogas a través de una pantalla.
-La escena en el Mundo de los Espíritus, digna del mejor fumadero de opio.

Conclusión: Esta película es, desde su título, un engaño. Resulta incomprensible que se hayan adquirido los derechos del cómic para hacer algo que no tiene nada que ver con él, salvo si se analiza desde el comprensible terror de la productora ante el ínfimo tirón comercial que tiene la cinta. Si se ha usado el nombre de Blueberry ha sido sin duda para atraer a los lectores del tebeo y salvar una parte de los muebles, ya que de otra forma esta película se podría haber rodado perfectamente en otro entorno.

Tal vez Kounen sea un genio adelantado a su tiempo y nosotros unos ignorantes incapaces de comprender la belleza de su obra, pero por el momento la recomendación es la de evitar esta película a toda costa a no ser que se tenga la intención de pillarse un colocón visual. Blueberry es a día de hoy una blasfemia en tres dimensiones contra el western, el cine y el trabajo de miles de oftalmólogos.

De todas maneras a uno le pica la curiosidad y se pregunta la explicación que daría Kounen de su Blueberry, sentado en su sillón fálico, con Magic Carpet Ride como música ambiental, justo después de exponer delante de sus amigos vestidos de Versace (Manitú le tenga en su gloria) que en realidad el cuadro pintado con vómitos representa conceptos tan antagónicos como consumismo y hambre. O simplemente la reacción de su propio cuerpo tras dirigir la película. Pero por ahora contendré mi curiosidad y me contentaré con sumergir mi cabeza en hielo. Y recordad: decid NO a las drogas. Independientemente de la vía por la que se asimilen.